Escena segunda
El telón se corre lentamente mientras escuchamos una música tranquila, espiritual, relajada. La iluminación es tenue e irá en aumento poco a poco. Cuando esté plenamente iluminado el escenario veremos la estación de vigilancia del faro. La estación en sí tiene más facha de quiosco que de otra cosa. No tiene ventanas el lugar, sino varios pilares que sostienen este piso, que es inmediatamente posterior a la gran cúpula donde debe estar la enorme llama que alumbra el puerto. En el centro, al fondo, podemos ver una escalera en espiral. Advierto al director que, a falta de evidencia arqueológica, tengo que forzar la imaginación. Todavía es de noche. En el centro, al frente del escenario, se encuentra el diván en donde está acostada CAMILA, quien descansa con mucha despreocupación. Su pose tiene algo de sugerente coquetería. Muy cerca de ella se encuentra la lira. A su derecha, e hincado a sus pies, se encuentra LISANDRO, quien además la está deificando. Hay una especie de biombo a la extrema izquierda (más tarde nos enteraremos que, adentro de este, hay sacos de harina y un arco) y, al fondo de la extrema derecha, un escritorio con varios papiros escritos en un griego confuso, y junto a este, una clepsidra. Aparece AQUILES, para sorpresa de todos un poco más sobrio, y, al ver la herejía de LISANDRO, le da un golpe en la nuca.
LISANDRO, aún hincado: ¡Auch!
AQUILES, furioso: ¿Se puede saber por qué te estás humillando ante una mozuela de origen incierto, Lisandro?
LISANDRO, de pie y un poco incrédulo: ¡Es que semejante beldad no puede ser de esta tierra! ¡Debe ser Afrodita vuelta a nacer de la espuma del mar! ¡Una reencarnación de Helena de Troya! ¡La más hermosa de las nereidas!
AQUILES: O también puede ser una meretriz huyendo de un lupanar.
LISANDRO: Imposible por la calidad de su vestido.
AQUILES: ¡Hombre, si vieras las sorpresas que me he llevado en la vida! ¡Esas, que parecen de buena familia, son las que mejor saben disfrazar su oficio! ¡Saben tan bien engatusar al prójimo que, muchas veces, resulta que ni eran doncellas; ni eran honestas; ni, en muchos casos, eran mujeres!
LISANDRO: ¿Cómo?
AQUILES: Como oíste. Y siendo yo tu único amigo y confidente, te sugiero que aproveches la oportunidad que te ofrecen los dioses ahorita que la moza está dormida. ¡Así no se quejará del tamaño de tu… instrumento o de lo poco artero que debes ser en los misterios de Afrodita!
LISANDRO: Tu concepto del amor es reprobable. ¡Yo no podría profanar a esta diosa humana!
AQUILES, impaciente: ¿Aquí quién habló de amor? ¡Eso es pasatiempo para gente desocupada: imbéciles que se empeñan en convertir el placer en un suplicio!
LISANDRO: Pero es que cuando tuve de frente a esta misteriosa doncella; pues me niego a creer que sea otra cosa, y aunque no lo fuera, yo porfiaría que al menos para mí lo es; sentí la extraña sensación de que la conocía sin haberla visto nunca, que la quería desde antes de que los dioses crearan el cielo y la tierra, y que toda la hermosura del mundo se había conjugando en un sólo ser.
AQUILES, tocándole la frente: ¿Pescaste una fiebre? ¿Comiste hongos alucinógenos? ¿Acaso te golpeaste la cabeza? ¿De verdad crees lo que dices?
LISANDRO, emocionado: ¡Es que acaso no lo ves, amigo Aquiles! ¡La dolencia que yo tengo es amor! ¡Estoy enamorado! (Ríe y lo abraza.)
AQUILES: Bueno, está bien, pero desquitate con ella, no conmigo (Lo aparta). Antes que nada, no debemos olvidar que, además de la seguridad de la náufraga, tendrás que rendir cuentas por el accidente del barco.
LISANDRO: Sabes muy bien que yo no tengo la culpa. O la nave iba a la deriva, o la doncella no sabía navegar.
AQUILES: Eso tendrás que explicárselo a los magistrados. Por el momento, iré a revisar si no quedó algún resto de valor del naufragio. Tú cuida a la chica y, cuando despierte, intenta averiguar por qué se estrelló contra el arrecife.
LISANDRO: Entendido.
AQUILES: (Aparte.) ¡Uf! Con lo que odio subir y bajar escaleras (Sale).
LISANDRO, ve con infinito deseo y ternura a CAMILA. Se talla los ojos, intenta contenerse y, antes de monologar, suspira: ¡Oh! ¿Por qué de improviso me invaden tan contradictorios sentimientos? Verla acostada de esa forma me inspira a adorarla y a protegerla como el objeto de veneración en el que ella se ha convertido, pero también me incita el culposo deseo de gozarla. ¡Madre mía, que estás en el inframundo, socorre a tu hijo! ¡Que siento que me estoy partiendo en dos! ¡Ay! Que aunque uní mi boca con la suya con el único propósito de darle los primeros auxilios, ahora, en mi memoria, lo recuerdo como el más ardiente beso. ¡Si bien ella sólo me vio de frente en un fraudulento segundo, juraría que el amor nació en mí al ver su mirada! Mantengo mi distancia pues, pese a mi pusilanimidad, no soy tan distinto a los demás hombres (Se lleva las manos a la cara.) Sin embargo… (Se descubre el rostro y ve a CAMILA con lascivia.) Supongo que si me acerco un poco más a ella, sólo para admirarla, no cometeré ninguna ofensa (Se acerca a ella dando unos pasos histéricos. CAMILA, por otra parte, comienza a roncar ruidosamente.) ¡Por Zeus y todos los dioses del Olimpo, una vida no me bastaría para verla! (mientras más aumentan los ronquidos de CAMILA, LISANDRO se agacha para acercar su rostro con el de ella de forma muy impertinente. Justo cuando sus rostros están demasiado cerca, CAMILA despierta de forma abrupta.)
CAMILA, eufórica y retrocediendo en el diván: ¡Ahhh!
LISANDRO, asustado y cayendo de espaladas: ¡Ahhh!
CAMILA, haciéndose un ovillo en el diván: ¡Ahhh!
LISANDRO, retrocediendo en el piso: ¡Ahhh!
CAMILA, aprehensiva y engolando la voz: ¡Apártate, inmundo bárbaro, si tu intención es deshonrar a la gran Camila! ¡Princesa de las amazonas!
LISANDRO, hincando los hinojos y humillándose: ¡Su Majestad! ¡Señora mía! ¡No soy ningún bárbaro! ¡Soy un ciudadano libre y noble de una humilde polis griega y mi nombre es Lisandro!
CAMILA, furiosa: (Busca en su cintillo alguna arma blanca, al no hallarla, lo amenaza con la lira.): ¿Entonces qué carajos hago secuestrada en… (Mira para todos lados.) esta torre? ¿Eh? (LISANDRO se pone de pie mientras CAMILA blande la lira y la apoya en el pecho de LISANDRO.) ¡Responde!
LISANDRO, nervioso: ¿Acaso no lo recuerda su Alteza?
CAMILA, confusa: ¿Recordar qué, gusano?
LISANDRO: Que su nave se estrelló contra nuestro arrecife.
CAMILA, iracunda: ¡No sé de qué me hablas, escoria humana! ¡Sea como fuere, rendirás cuentas en el Hades en este mismo instante por tu infamia! (Intenta atravesarlo con la lira.) ¿Por qué no te puedo atravesar? ¿Qué tipo de daga es esta?
LISANDRO: Princesa Camila, esto no es ninguna arma: es una lira y sirve para hacer música (Se la retira amorosamente y tañe con ella unos acordes mayores.) ¿Ve?
CAMILA, premenstrual: ¡Sin daga o con ella, yo puedo matarte con las manos limpias! (Comienza a estrangularlo.)
LISANDRO, asfixiándose: ¡Si bien considero… un honor morir en sus manos! ¡Valdría la pena recordar que fui yo quien la salvó de ahogarse y la llevó sana y salva a la playa! (CAMILA detiene el ahorcamiento.)
CAMILA, dudosa: ¿Cómo? ¿Dijiste, acaso, “playa”? (Retrocede unos pocos pasos.)
LISANDRO, sobándose el cuello: (Aparte.) Qué extraño, si bien tiene una fuerza hombruna, su tacto es como la seda. (Para de sobarse y se dirige a ella.) En efecto, señora mía, dije “playa”, ¿qué tiene de raro eso?
CAMILA sufre un vahído y se sienta en el diván. LISANDRO se acerca, solícito, a ella. CAMILA eleva el mentón, que lo tiene pronunciado y precioso, y pone una de sus manos en la frente mientras cierra los ojos. Su pose tiene algo de indisimulada coquetería.
CAMILA, amnésica: ¡Oh, por Deméter! ¡Creo que comienzo a recordarlo!
LISANDRO: Haga memoria, Su Alteza, ¿en qué puerto se embarcó?
CAMILA: ¡Yo no quise embarcarme en ningún barco, idiota! ¡Yo estaba en la playa, juntando conchas marinas para fabricarle un collar a mi señora madre, la reina, cuando una nave de piratas bárbaros me secuestró!
LISANDRO: ¡Por Zeus, qué infamia!
CAMILA, colérica: ¡No nombres ante mí a tu dios heteropatriarcal sino quieres que te parta el pescuezo!
LISANDRO: Bueno…, este…, ¡Por Hera!
CAMILA: ¡Eso está mucho mejor!
LISANDRO: ¿Pero qué paso cuando la secuestraron los piratas?
CAMILA: ¡Que me ataron al palo mayor para intentar deshonrarme! (LISANDRO se toca el cuello de su toga con evidente incomodidad.) ¡Pero yo me encomendé al divino arbitrio de la poderosa Artemisa! Y, mientras recitaba mis plegarias, escuché que los bárbaros no podían ponerse de acuerdo sobre quién me violaría primero. El capitán fue el primero en decir que “¡Yo gozaré a la mujer hermosa!” pero su contramaestre lo atravesó con un sable y dijo: “No, ¡yo seré el primero en gozarla”. Luego un comodoro le reventó los sesos y afirmó lo mismo, hasta que un primer oficial lo empaló con un tridente, y este fue asesinado por otro oficial de menor grado, y así se fueron matando unos a otros, por mi culpa, hasta que sólo quedó el grumete…
LISANDRO: (Aparte.) Vaya, ni por Helena de Troya murieron tantos hombres.
CAMILA: … el grumete creyó que ya me tenía en sus garras. Pero no contó con que yo había aprovechado la confusión para liberarme de mis amarras y, de un certero puntapié en la entrepierna, lo mandé al mar para que se convirtiera en el alimento de los tiburones. Quedándome, entonces, sola en el barco. Y, como no sabía pilotarlo, me encomendé al arbitrio de las diosas y navegué sin rumbo fijo por varios días.
LISANDRO: ¿Y qué hizo en todo ese tiempo que estuvo en la deriva?
CAMILA: (Se pone una mano en el regazo y otra en el pecho.) Pues… Me adornaba con las joyas que habían robado los piratas, comía de las abundantes provisiones, y, como también sobraba bebida, realizaba orgías solitarias en la noche y, la mayor parte de las tardes, me acostaba en la cubierta del navío, desnuda, para broncearme. ¡Fue muy divertido mientras duró! (Hace aspavientos exagerados.) Pero en las noches, cuando la tres veces hermosa se posaba en el cenit del cielo junto a todas las constelaciones, comenzaba a extrañar a mi madre y a mis hermanas amazonas. ¡Quiero regresar a mi isla! ¡Quiero a mi mamá! (Comienza a chillar encima del pecho de LISANDRO.)
LISANDRO: ¿Tanto extrañas tu reino?
CAMILA, aún lacrimógena: ¡Sí! Aunque no conozco otro lugar en el mundo, sé muy bien que estaré segura de cualquier macho opresor en la paradisíaca isla amazónica.
LISANDRO, incrédulo: ¿De verdad nunca ha entrado ahí ningún varón? (CAMILA niega con la cabeza) ¿Entonces como se reproducen?
CAMILA: Muchas de nuestras hermanas llegan a nuestra isla huyendo de la esclavitud.
LISANDRO: ¿Entonces la isla es un refugio para las esclavas de todas las polis?
CAMILA: Yo hablaba de la esclavitud del matrimonio, la maternidad y el hogar. Que en la isla también existen clases; yo, por ejemplo, tengo esclavas que me sirven y consienten. Aunque también es cierto que muchas de mis hermanas nacieron en la isla. Verás, de vez en cuando logramos raptar a algún hombre y, antes de sacrificarlo, éste insemina a las mujeres más hermosas y honorables del reino.
LISANDRO: ¿Y si nace un varón en la isla?
CAMILA: ¡Pues muy fácil! ¡Lo abortamos!
LISANDRO, sorprendido: ¿Lo abortan?
CAMILA: Así le decimos al sacrificio ritual de niños. Hubo un tiempo en que sólo los castrábamos y los teníamos de sirvientes, pero nuestros esclavos eunucos terminaban suicidándose. ¡No soportaban los machirulos que una mujer les mandara!
LISANDRO: (Aparte.) ¡Quién no se mataría en esa situación! ¡Sería como estar en un suculento banquete con la lengua amputada! (A CAMILA.) Entonces… ¿nunca conociste a tu padre?
CAMILA, emocionada de improviso: ¡Mi padre! ¡Mi madre me contó que era el noble ateniense más hermoso que había existido! ¡Fue a la isla, conociendo sus peligros, para corroborar si mi madre era tan guapa como decían! ¡Aún conserva su retrato! ¡Si algún día me llego a unir sexualmente con un varón, que al menos sea alguien con la gallardía y apostura de mi querido padre! ¡Mi madre se lo comió en el tálamo, antes de comérselo literalmente después de concebirme! (Súbitamente triste.) ¡Mamá! ¡Quiero regresar a casa! (Vuelve a soltarse a llorar en el pecho de LISANDRO.)
LISANDRO: (Con evidente nerviosismo al tenerla tan cerca y apapachándola.) Ya…, ya…, algo se me ocurrirá para devolverte a tu querido hogar.
CAMILA, súbitamente alegre: ¡De verdad podrías devolverme a mi hogar! (Se suena la nariz en la toga de LISANDRO.) ¿Me lo juras?
LISANDRO: (Se pone de pie, solemne.) Lo juro…, por la memoria de mi madre muerta.
CAMILA: (Aplaude de forma infantil, grita de júbilo y también se pone de pie.) ¡Yay! ¡Siempre me dijeron que desconfiara de los hombres! ¡Que era mejor que no me topara con ninguno y que me guardara, para siempre, como sacerdotisa! Pero ahora veo que no son tan malos. De hecho, nunca antes había estado tanto tiempo con uno y me quedé con curiosidad por saber cómo eran sin la toga puesta. Oye, ¿que te parecería si echo una ojeada por la tuya? (Se agacha y toma uno de los pliegues del faldón de LISANDRO e intenta alzárselo.)
LISANDRO: (Apartándola.) ¡Ey! ¡Pídemelo con cortesía! ¿Ni siquiera piensas invitarme una copa, cuzca?
CAMILA: (Ríe.) ¡Eres muy gracioso…!, tú…, este… ¿Me repites tu nombre?
LISANDRO: (Haciendo una ridícula genuflexión.) Lisandro de Cretinópolis, hijo de Estrabón el estratego.
CAMILA: Oye… (Tocándose los pliegues de su toga y parpadeando.) ¿Y crees que soy bonita?
LISANDRO: (Desviando la vista y muy sobresaltado.) ¿¡Qué si creo que eres bonita!? Bueno, sin faltar a la verdad, las mujeres y los mancebos más hermosos de esta polis no te llegan ni a los talones. (Aparte.) Aunque eso, por desgracia, no es mucho decir. (Volviéndose a dirigir a ella.) Bueno, eres tan hermosa, que creí que eras una representación en vivo de la diosa Afrodita.
CAMILA: ¿De verdad? ¡Eh! ¡Viva yo! ¡Siempre me sentí menos que mi madre y mis hermanas! Oye, ¿podrías volver a tocar tu cosa esa que hacía un ruido muy chistoso?
LISANDRO: ¿Te refieres a mi lira? Bueno…, nunca he tenido público, pero si tomas asiento, te puedo interpretar una canción muy tradicional y muy griega que tenemos aquí. (CAMILA vuelve a sentarse en el diván y mira con ternura a su acompañante. LISANDRO toca y canta los primeros compases de “La gloria eres tú” de José Antonio Méndez.) Eres mi bien, lo que me tiene extasiado, porque negar que estoy de ti enamorado…
AQUILES, fuera del escenario y gritando muy fuerte: ¡Lisaaaaaandro!
LISANDRO, molesto y de pie: (Aparte.) ¡Vaya! ¡Esto sí que es una oportuna intromisión!
CAMILA, alterada como una bestia y también de pie: ¿Quién viene? ¡Si no cumples con tu palabra (Lo señala.) juro que…!
LISANDRO: No te preocupes, es mi amigo Aquiles y él nos ayudará a que regreses a tu isla. (Se escuchan pasos y jadeos de alguien que sube muchas escaleras.)
AQUILES, fuera del escenario: ¡Puf, si sigo subiendo y bajando escaleras me va a dar un soponcio! ¿Qué es esto? ¿Acaso el suplicio de Sísifo? (CAMILA no deja de señalar a LISANDRO y su lenguaje corporal denota hostilidad. LISANDRO hace ademanes de que por favor se tranquilice.)
Entra AQUILES con los brazos y el cuello llenos de joyas.
AQUILES: ¡Lisandro! ¡Güey! ¡Somos ricos! ¡Las olas han arrastrado hasta la playa varios de los tesoros que había en el barco! (Sorprendido al ver a CAMILA de pie y dirigiéndose a LISANDRO.) ¿Y qué sabes de la chica? ¡No me digas que todo este oro le pertenece!
LISANDRO: (A AQUILES.) Tranquilo, amigo, ella estaba prisionera en ese barco pirata. Su nombre es Camila y es la princesa de las amazonas.
AQUILES: ¿Estás seguro de ello? Porque podríamos cobrar un buen rescate por ella.
LISANDRO: ¡No podemos hacer eso! Ella extraña a su madre y yo, que no tengo, entiendo su dolor y pienso devolverla a su hogar.
AQUILES: ¡Ya me consta que tú no tienes madre! ¡Tienes a un cuerazo de vieja, que podrías hacer tu esclava, y en lo primero que piensas es en regresarla de donde vino! ¡No seas zopenco! Ni hablar, no tienes remedio ¿Y cómo es que piensas devolverla a su casa, so pedazo de idiota?
LISANDRO, preocupado y dando vueltas por el escenario: La Isla de las Amazonas no está muy lejos de aquí… Tal vez si rentamos un trirreme o tomamos prestada una balsa…
CAMILA, enojada y ofendida: ¡No sé de qué tanto chismorrean! ¡Pero, si no me incluyen en su plática, iré ahí mismo a partirles el hocico!
AQUILES, sorprendido: ¡Pasumecha! ¡Menuda fierecilla te tocó, carnal! (Toquetea con el codo a LISANDRO.)
LISANDRO: (A AQUILES.) ¡No es el momento de hacerte el payaso! ¡Dirígete a ella con la debida cortesía, pues es una princesa, en lo que dilucidamos qué hacer!
AQUILES: (A CAMILA y haciendo una reverencia muy exagerada.) ¡Encantado de conocer a Su Pomposidad, quise decir, a su Majestad! ¡Mi nombre es Aquiles, el libertino, y en las artes de Pan y Baco nadie me iguala! ¡Y desde aquí beso los pies de su Bajeza, quiero decir, Alteza!
CAMILA: Noto cierta ironía en sus palabras.
AQUILES, aún con la vista baja: Es que aquí somos una república democrática y no estamos acostumbrados a las maneras de la monarquía.
(CAMILA le da un golpe en la cabeza con el puño a AQUILES, como si fuera un martillazo, dejando tumbado en el suelo a éste.)
CAMILA: No toleraré ninguna insolencia y menos de un hombre, ¿entendido? (Pone un pie encima de la espalda de AQUILES y éste suelta un quejido.)
AQUILES, todavía tumbado en el suelo y sobándose la cabeza: (Aparte.) ¡Así como la ven, tira golpes como patada de burro!
CAMILA, autoritaria: ¿Qué dijiste, escoria?
AQUILES: Que no me aburro de humillarme ante Su Majestad.
CAMILA: Así está mejor. (Y retira su pie. AQUILES se levanta.)
DEMÓSTENES, fuera del escenario: ¡Lisaaaaandro!
LISANDRO, preocupado: ¡Oh, no! ¡Por todos los dioses del Olimpo! ¡Ese debe ser Demóstenes, el magistrado! ¡Y ya debe estar enterado del incidente! ¡Si ve a Camila va a reclamarla como suya y se la llevará a su gineceo! ¡Tenemos que esconderla!
DEMÓSTENES, fuera del escenario: (Todos los que están en escena se muestran inquietos y ansiosos mientras grita.) ¡Lisandro! ¿Sabes tú algo de la nave que se estrelló? ¡Tu deber era avisarme cuanto antes cuando algo así ocurriera! ¡Iré en este mismo instante a hablar contigo! (Se escuchan los pasos de alguien subiendo muchos escalones.)
CAMILA: Esperen, ¿por qué no lo apuñalamos por la espalda? ¿O lo tiramos de esta misma torre?
LISANDRO: ¡Camila! ¡No todo lo podemos solucionar con la violencia!
AQUILES: ¡Por primera vez en mi vida estoy de acuerdo con algo que dice Lisandro!
CAMILA: ¡Me importa un rábano la investidura que tenga! ¡Si osa posar un dedo a mí, a la princesa de las amazonas, le reventaré la cabeza en mil pedazos! ¡Voto a Atenea si no lo hago!
Los pasos de DEMÓSTENES sufren una repentina pausa.
DEMÓSTENES, fuera del escenario y muy cansado: ¡Por Hermes, que ya no estoy para esos trotes! ¡Pero ahora sí me va a escuchar ese muchacho! (Reanuda la marcha.)
LISANDRO: ¡Ya no nos queda más tiempo! ¡Escondámosla, entonces, en ese biombo, que convenientemente está ahí puesto! ¡Rápido, que no tarda en llegar el magistrado!
DEMÓSTENES, fuera del escenario: ¿Qué son todos esos murmullos? En un momento ya llego para allá.
(LISANDRO pide con señas que guarden silencio y señala al biombo. AQUILES, pese a las protestas de CAMILA, la empuja hasta donde está el biombo. Entre ambos logran esconderla detrás de ese artilugio dramático. Entra DEMÓSTENES: es un estereotípico griego de mediana edad con porte de filósofo, lleva una gran barba y tiene cara de pocos amigos.)
DEMÓSTENES, aprehensivo: ¡Lisandro! ¿Se puede saber por qué esa nave chocó contra nuestro arrecife, y por qué no fui avisado de ese incidente y… (ve a AQUILES.) y… y también qué demonios hace tu amigote Aquiles aquí?
LISANDRO: Todas esas son preguntas muy pertinentes que tienen una respuesta muy lógica…
(Breve e incómodo mutis.)
DEMÓSTENES: ¡Pues dila, por Zeus!
LISANDRO, nervioso: Verá, señor, yo me encontraba vigilando la costa, cuando, cuando…
AQUILES: ¡La nave se estrelló!
DEMÓSTENES: ¡No estoy hablando contigo!
LISANDRO: ¡Pero exactamente eso pasó!
DEMÓSTENES: ¡Eso es más que evidente! Lo que quiero saber es por qué sucedió y por qué no fui informado! ¿Acaso no encendiste debidamente la llama del faro?
LISANDRO: Es lo primero que hago apenas llego aquí, ¿pero es que no la vio usted, cuando iba camino para acá?
DEMÓSTENES: (Se mece la barba.) ¡Cierto! ¡Si se veía desde mi casa! Pero…, pero…, ¿entonces por qué no corriste a avisarme como es debido?
LISANDRO: Salí del faro para buscarlo a usted, pero me encontré a mi amigo Aquiles, quien me sugirió que nos acercáramos a la playa por si había náufragos que rescatar.
DEMÓSTENES: No era tu responsabilidad, pero admito que era una medida prudente. ¿Y encontraron alguno?
LISANDRO: Eso es lo más insólito del asunto. Al parecer la nave estaba abandonada y a la deriva. Lo único que encontramos fue…, fueron…
AQUILES: ¡Muchos tesoros! (Extiende sus brazos para mostrar sus collares.)
DEMÓSTENES: ¿Y quién les dio autorización de apoderarse de ellos?
LISANDRO: Bueno…, nosotros…, yo…,
CAMILA, detrás del biombo suelta un estornudo muy agudo: ¡Achú!
DEMÓSTENES: ¿Qué fue eso?
LISANDRO: Creo que…
AQUILES: Fue una gaviota que se metió, ahorita la espanto. (Manotea hacia la nada.) ¡Sáquese de aquí!
DEMÓSTENES: Presiento que algo me están ocultando. ¿Puedo ver que hay dentro de ese biombo?
LISANDRO: ¿En el biombo? ¡Juro por Apolo que no hay nada ahí!
DEMÓSTENES: Es una orden, no te estoy pidiendo permiso.
LISANDRO: Estaría encantado de que revisara mi biombo, pero…, pero…, ¡es que está mi querida ahí!
DEMÓSTENES Y AQUILES, sorprendidos: ¿Tu querida?
LISANDRO, fingiendo vergüenza, que, de tenerla de verdad, sería bien poca: (Se lleva una mano al rostro) ¡Si descuide mis obligaciones por un instante fue porque estaba entretenido con ella!
DEMÓSTENES: ¡Me cuesta trabajo creer lo que dices! ¿Tú, pedazo de asno, te llevaste a una meretriz a tu trabajo? ¡Eso tengo que verlo! (Se dirige a donde está el biombo.)
LISANDRO, intenta detenerlo: ¡Señor…! ¡Yo…!
AQUILES: (Aparte.) ¡La que se va a armar!
De improviso, el biombo se cae y pone en evidencia algo harto peregrino: aparece CAMILA, con todo el cuerpo empolvado de harina, y con un arco tensado con el que parece apuntar a DEMÓSTENES. Como tiene algo de estatuaria su pose, realmente logra engañar al magistrado al hacerle creer que es una escultura. LISANDRO, al verla, de inmediato se arrodilla ante ella y comienza a adorarla.
LISANDRO: ¡Milagro de Zeus! ¡Mi querida se ha transformado en una virtuosa estatua de la Diana cazadora!
DEMÓSTENES: ¿Tanto misterio por una vil escultura? ¡Aunque debo admitir que es un espléndido ejemplar del arte estatuario! ¡Hasta parece tener vida! (Toca la flecha tensada con la evidente intención de tocar la piel que él cree que es mármol, inmediatamente lo intercepta AQUILES, quien se lo lleva a la otra esquina del escenario.)
AQUILES: ¡Muy bien, señor magistrado! ¿De cuánto va a ser esta vez?
DEMÓSTENES: ¿Qué me estás insinuando, Aquiles?
AQUILES: Mire, mi amigo estaba muy ocupado esculpiendo su estatua.
DEMÓSTENES: ¿Desde cuándo sabe tallar el mármol Lisandro?
AQUILES: Aprende rápido el chico. Pero lo que quiero saber es cómo nos vamos a arreglar.
DEMÓSTENES: ¿Se puede saber qué es lo que insinúas?
AQUILES: Yo sólo quiero ayudar a mi amigo, pues hizo su mejor trabajo como torrero, y el repentino accidente lo dejó un poco alterado. Mire… por qué no me saluda, aquí, discretamente, (Lo saluda con la mano llena de óbolos.) hace de tripitas corazón y olvida cualquier inconsciencia de parte de mi colega. No olvide que hay un barco, lleno de tesoros, estrellado a unos pocos codos de aquí, y que le vendrían bien tanto a usted como a toda Cretinópolis. Yo le sugiero que se haga de un buen botín y deje en paz a Lisandro. Esperen, ¿qué es eso que escucho? (AQUILES hace como que aguza el oído. Afuera se escucha un barullo de personas que se sienten atraídas por los tesoros que están encontrado en la playa.)
El POPULACHO, fuera del escenario y, de preferencia, que cada oración sea recitada por una voz distinta: ¿Pero que son todas esas cosas que brillan sobre la arena? ¡Oro! ¡Oro! ¡Con esto puedo pagar mi manumisión! ¡Tengo ahora suficiente dinero para acostarme con una cortesana diferente por un mes! ¡Ahora podré poner mi puesto de gyros de canasta, lleve lleve sus gyros! ¡Somos ricos, ea! ¿Alguien dijo gyros? ¡Te compro una docena de ellos! ¡Qué ricos somos y qué ricos son los gyros!
DEMÓSTENES, evidentemente incómodo: ¡Está bien! No entiendo el sentido de toda esta broma, pero la pasaré por alto sólo por esta ocasión. Si no fuera porque mi esposa me exige un nuevo mantón, juro por Heracles que los expondría en el ágora por majaderos. (Se marcha sin disimular su prisa.)
(Todos respiran aliviados.)
AQUILES: (Enjugándose el sudor.) ¿Y tú, mujer, cómo fue que conseguiste pintarte de blanco?
CAMILA: (Recuperando la movilidad.) ¡Encontré unos sacos de harina adentro del biombo!
AQUILES: ¿Harina? ¿Y para que querías harina en tu puesto de vigilancia, Lisandro?
LISANDRO: Es que a veces me daba hambre y me cocinaba unos panes con el fuego del faro. Me salían buenos.
AQUILES: ¿Y el arco y las flechas?
LISANDRO: Me los dieron por sí llegaba a necesitarlos para defenderme en caso de una invasión bárbara. Ya me estaba preguntando en dónde los tenía arrumbados.
CAMILA: Al ver esos dos objetos arrumbados, se me ocurrió disfrazarme de la deidad a la que más rindo devoción, que es la gran Artemisa. ¡A que soy lista!
AQUILES: (Aparte.) Je, je. Para lo que yo la quiero es más ingeniosa que el propio Aristóteles.
CAMILA: ¿Qué dijiste?
AQUILES: Quise decir que quizá debamos llamar a nuestro buen amigo Calístenes, el jonio. (AQUILES acentúa lo de jonio, por una razón que se verá a continuación)
LISANDRO: ¿A Calístenes? ¿Para qué lo queremos?
AQUILES: La estratagema de la señorita me dio una idea. Me explico. Si queremos devolver a Su Majestad a su isla, tendremos que disfrazarla de hombre para que pueda abordar una nave y, siendo Calístenes, el jonio, el mejor modisto de toda la polis, lo considero el sujeto idóneo para esta empresa.
LISANDRO: ¿Pero estará disponible a esta hora?
AQUILES: No te preocupes, anda sentida por que su último amante lo dejó.
LISANDRO: Entonces no perdamos un minuto más. ¡Ve por él!
AQUILES: (Aparte.) Ah, las cosas que hacemos por amistad. (A LISANDRO.) ¡A la orden, mi capitán! (Sale, pero da un traspié y, fuera del escenario, dice lo siguiente) ¡Ay! ¡Creo que di un mal paso, echen paja! (Se escuchan ruidos aparatosos, como de alguien rebotando sobre varios escalones.)
LISANDRO, preocupado: ¡Aquiles! ¿Estás bien?
AQUILES, fuera del escenario: ¡Sí, sólo me rompí el occipucio! ¡Regreso en un momentito! ¡Pórtense bien! ¿Eh?
(Una vez que se dan cuenta de que están solos. CAMILA y LISANDRO se muestran un tanto incómodos y no dejan de mirarse las sandalias un rato.)
LISANDRO, tímido: ¿Gustas…, sentarte y esperar?
CAMILA, inocente: Sí, claro.
(Se sienta cada uno en un extremo del diván, como guardando forzosamente la distancia. El ambiente parece estar cargado de tensión.)
LISANDRO, al mismo tiempo que CAMILA: ¿Tal vez sí…?
CAMILA, al mismo tiempo que LISANDRO: ¿No crees que…?
(Mutis. Desvían ambos la mirada. Vuelve a mirarse de frente.)
LISANDRO, al mismo tiempo que CAMILA: ¿Quieres un…?
CAMILA, al mismo tiempo que LISANDRO: ¿Podrías…?
(Mutis abrupto. Vuelven a desviar la mirada y, cuando se miran de frente, intentan otra vez conversar.)
LISANDRO y CAMILA: No sería mejor…
(Mutis. Una vez más vuelven a desviar la mirada.)
CAMILA, perdiendo la paciencia: ¡Habla tú primero!
LISANDRO: Yo sólo quería ofrecerte un vaso de agua, pero veo que algo te inquieta.
CAMILA: ¡Es que todo esto es tan confuso!
LISANDRO: ¿Por qué lo dices?
CAMILA: ¡Primero el vaso con agua! (LISANDRO toma con un vaso un poco del agua de la clepsidra y se lo da a CAMILA. Ésta la bebe con impaciencia y prosigue:) ¡Se me ha enseñado, desde la cuna, que desconfíe de los hombres! ¡Y tenían razón, pues unos bárbaros me tomaron prisionera! Pero ahora que estoy aquí…, contigo…, no sé qué pensar de ellos.
LISANDRO: ¿Acaso no confías en mí?
CAMILA: No debería.
LISANDRO, ve hacia una de las esquinas del escenario y señala: ¡Mira! ¡Apenas está despuntando la aurora!
(Sugerencia: si la persona encargada de la iluminación es capaz, que cree algún efecto para simular un arrebol.)
CAMILA, se pone de pie y mira hacia donde está apuntando LISANDRO: ¡Es verdad! ¡Qué hermoso! (Se inclina para verlo un poco mejor. Su pose es sugerente. LISANDRO lo nota, pero se contiene.)
LISANDRO, mirando en la dirección contraria a la que esta viendo CAMILA: Yo veré si ya vienen en camino mis amigos mientras tanto. Creo que van caminando por ahí, vaya que son rápidos, ya están aquí.
AQUILES, fuera del escenario: ¡Juro por Dionisio que será la última vez que suba estas chingadas escaleras!
CALÍSTENES, fuera del escenario, con una voz muy afeminada y amanerada: ¡No tenías que llevarme a un lugar tan apartado si querías un momento a solas conmigo!
AQUILES, fuera del escenario: ¿Qué? ¡Sube de una vez, maldito bastardo, si no quieres que te haga rodar por estas pinches escaleras!
CALÍSTENES, fuera del escenario: ¡Ay, ya! ¡No seas tan enojón!
(Entran AQUILES y CALÍSTENES. Este último es un joven amanerado, lleva los labios pintados y la toga, además de estar escotada, le llega hasta los muslos, no obstante, es buen mozo. En uno de sus brazos le cuelga una canastilla donde tiene sus chunches.)
LISANDRO: ¡Calístenes, qué bueno que llegas!
AQUILES: No es cualquier Calístenes. Es Calístenes…, ¡el jonio!
CALÍSTENES: ¡Hola, Lisandro! ¿Para quién dices que son mis servicios? (ve a CAMILA y se acerca a ella para admirarla.) ¡Pero quién es esta preciosidad! ¡Y qué vestido, por Perséfone! ¡Una prenda así no la tiene ni la dama más rica de Cretinópolis! ¿En serio vienes del mar, mana?
CAMILA, halagada por los comentarios de CALÍSTENES: ¡Este hombre me cae bien! ¿Será un eunuco?
AQUILES: Es… algo que se le parece.
CALÍSTENES: (A AQUILES) ¡Te pasas de veras! ¿Eh? (Mirando desde distintos ángulos a CAMILA) ¿Y exactamente qué quieren que confeccione para ella?
LISANDRO: Necesitamos que la disfraces de varón.
CALÍSTENES, ofendido: ¡Hacerla pasar por hombre! ¡A esta beldad! ¡Imposible! Sin mucho trabajo, y con todo respeto, podría pasar por hombre fácilmente a la lacedemonia de tu madrastra.
LISANDRO: No te preocupes, no me ofendo.
CALÍSTENES: ¡Pero esta criatura, que parece haber sido esculpida a semejanza de alguna diosa, jamás!
CAMILA: ¡Ay! ¡Cada vez me cae mejor este jonio!
CALÍSTENES: ¡Simplemente… (Negando con la cabeza y con el dedo índice.) nanay!
AQUILES: Tómalo como un reto, Calístenes. La señorita acaba de naufragar y, para devolverla a su casa, tiene que disfrazarse de hombre para poder abordar un trirreme.
CALÍSTENES: Esta bien…, veré qué puedo hacer…, pero necesitaremos un poco de privacidad… (A CAMILA.) A ver, manita, ayúdame a levantar este biombo. (Entre ambos lo levantan.) Y ustedes desvíen la vista mientras trabajo.
(CAMILA observa con desconcierto a LISANDRO.)
LISANDRO: No te preocupes, Camila, ese hombre no te hará ningún daño…, por obvias razones.
(CAMILA y CALÍSTENES se ocultan en el biombo. LISANDRO y AQUILES tratan de desviar la vista de ahí. Durante toda esta escena se verán muy incómodos e incapaces de disimularlo.)
CALÍSTENES: Bien, primero te quitaremos este hermoso vestido y te pondremos ropas más humildes y zafias.
CAMILA, con voz muy segura: Está bien. (y pone encima del biombo su vestido.)
AQUILES, sobándose la nuca y mirando el suelo: Y… ¿cómo viste los últimos juegos olímpicos?
LISANDRO, también sobándose la nuca y mirando el suelo: Bien…, supongo…, esa maratón fue más larga que ver crecer el pasto.
AQUILES: Sí, ¿verdad?
CALÍSTENES: ¡Pero mira que hermosa tetas tienes! ¡Qué envidia me das!
CAMILA: ¿No te parecen muy grandes? En mi reino nos amputamos el pecho diestro para poder maniobrar mejor el arco.
CALÍSTENES: ¡Por Perséfone! ¡Qué barbaridad! ¡Creo que son de buen tamaña! Tal vez no sea necesario quitarte uno, ¿puedo tocarlo para darte mi opinión?
CAMILA: Seguro.
LISANDRO, con la voz trémula: Y… ¿A cuánto están los higos en el mercado?
AQUILES, igual de patético: Pues…, este…, la última vez que pasé estaban a dos dracmas la docena.
LISANDRO: Ah…
(El biombo se va llenando de prendas anacrónicas como un sujetador, bragas y un par de medias)
CALÍSTENES: ¡Pero que firmes están! ¡Y el color de su aureola es maravilloso! ¡Sería un verdadero crimen amputarlo! Ahora tendrás que quitarte esas hermosas sandalias y ponerte las mías. Creo que calzamos del mismo número. A ver date la vuelta, ¡pero qué firmes nalgas! ¿Haces ejercicio?
CAMILA: Todos los días, pero mis hermanas me decían que ya las tenía así desde chiquita.
AQUILES, impaciente: ¿Vas a tardar mucho?
CALÍSTENES: ¡Lo hago lo más rápido que puedo!
(Tras unos breves segundos. Aparece CAMILA con ropas humildes y una barba postiza. Un disfraz que en un mundo normal no convencería a nadie.)
CALÍSTENES, festivo: ¡Ta, da! ¡Que les parece!
AQUILES: ¡No mames, Calístenes! ¡Qué es eso, por Zeus!
LISANDRO: Bueno, no tenemos mucho tiempo, ya salió el sol y el primer barco sale dentro de poco. Camila, ven, acércate, necesito explicarte el plan. (AQUILES se va a donde está CALÍSTENES. CAMILA se acerca a LISANDRO.) Mira, tienes que ir al puerto tu sola. Nosotros te vigilaremos desde aquí. Es menester que finjas una voz grave al capitán antes de abordar. Este te cobrará una tarifa y tu le darás este óbolo. (se lo pone en la palma de la mano con dulzura.) Esperarás un poco luego de que ya hayan zarpado, y, cuando estés en cubierta, le preguntarás al capitán si desde ahí se ve la Isla de las Amazonas. Una vez que te diga que la isla ya es visible, te echarás un clavado al mar y te irás nadando hasta allá…, sabes nadar, ¿verdad?
CAMILA: Sí, es que cuando me estrellé, me quedé atarantada y ya no pude nadar, además, era de noche.
LISANDRO: Bien, pues…, eso sería todo por mi parte.
CAMILA: Gracias… (Se retira pero regresa para decirle una última cosa.) Lisandro…
LISANDRO: ¿Sí?
CAMILA: ¿Puedo hacer algo raro antes de irme?
LISANDRO, incrédulo: Puedes hacer lo que tú quieras (Cierra los ojos y para la trompa.)
CAMILA: (Se olfatea una axila.) Creo que no apesto. Bien. Adiós. (se va.)
UNA VOZ, fuera del escenario: ¡Súbale a su trírreme! ¡Ya se va! ¡Este va para Megara, Tebas, Esparta, Corinto, Olimpia, la Antlantida, Sicilia! ¡También pasa, no más de pasada, cerca de la Isla de las Amazonas! ¡Todavía tenemos lugares!
LISANDRO, se acerca a una esquina para ver: Ese es su barco… Se acerca al puerto, le da su óbolo al capitán, se sube. ¡Ya lo abordo! (CALÍSTENES y AQUILES se abrazan para celebrar y se apartan de inmediato. Luego CALÍSTENES se acerca para despedirse con su estilo amanerado.)
LISANDRO: Y ahora el trirreme se va y se pierde en el horizonte… (Súbitamente triste) Ya no lo puedo ver… ¿Qué es está tristeza que me carcome el pecho? ¿Por qué me siento tan miserable de repente? ¿La volveré a ver? ¿Regresará para saludarme algún día? ¿Pero qué acabo de hacer? ¡Que apenas caigo en la cuenta de que dejé al amor de mi vida marcharse! ¡Oh, por favor, no te vayas! (Llorando desconsoladamente) ¡Debí decirle que la quería! ¡Debí…! ¡Pero que hice! (se hinca para desgarrarse la toga) ¡Camilaaaaaaaaa! (AQUILES y CALÍSTENES se acercan para consolarlo)
Telón.