La amazona confusa (8/8)

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Escena octava y última

Se abre telón: vemos el interior de una inmunda celda. De lo tan oscura que está, debemos suponer que es noche, aunque por una de las rendijas vemos un claro de luna. Tras las rejas vemos un prisionero que parece una sombra, sentado y encadenado de los pies, y que toca un blues con una armónica. Escuchamos ajetreo. Unas amazonas abren la celda y meten a patadas a LISANDRO, quien se ve bastante maltratado.

UNA AMAZONA: ¡Disfruta tus últimas horas de vida, porque esta noche serás ejecutado! (Ella y un coro de amazonas ríen. Luego cierran la celda y se van.)

(LISANDRO se queda un rato tirado en el piso y comienza a levantarse con parsimonia. El prisionero, que en la oscuridad está camuflado, pues es un etíope, sigue tocando su armónica como si nada.)

LISANDRO: ¿Cómo fue que terminé así? ¿Es que acaso el amor es un crimen? ¡Y nada más que condenado por la persona amada! Estoy tan triste que ya ni ganas tengo de llorar, sin embargo… Escucho música. No estoy solo. ¿Hay alguien ahí?

ETÍOPE: (Para de tocar.) Buenas noches, mi hermano. ¿Qué nuevas me traes del gueto?

LISANDRO, asustado: (Ve para todos lados sin notar nada.) ¿Quién habla? ¿Acaso escucho voces en mi cabeza? ¡He perdido la razón!

ETÍOPE: ¡Vamos, güerito, no es posible que no me puedas ver!

LISANDRO: (Al forzar la vista descubre al ETÍOPE. Es un negro estereotípico con afro y toga y que habla con acento entre canario y cubano o de negro de la tv.) Discúlpame, es que de entre las sombras es difícil distinguirte. Supongo, por el color de tu piel, que es más negra que mi suerte, que eres de nación etíope.

ETÍOPE: ¡La mejor nación de todas, mi hermano!

LISANDRO: ¿Y cómo fue que terminaste en esta isla?

ETÍOPE: Soy un pescador de profesión, chico, y un día que se me ocurrió tomar una siesta después de una mala jornada, mi balsa fue arrastrada por una tormenta. Desconcertado al hallarme en un barrio desconocido, y al poner un pie en la playa, fui tomado prisionero por las amazonas, mi negro. Me dijeron que, por mi inmensa altura, era el esclavo perfecto para las tareas que ellas requerían.

LISANDRO: Aunque estás sentado, desde aquí no te ves muy alto que digamos.

ETÍOPE: Ellas no hablaban de ese largo, mi hermano. ¡Te estoy diciendo que me explotaron sexualmente, negro!

LISANDRO: (Aparte.) ¡Pobre hombre! (Al ETÍOPE.) Pero…, ¿acaso gozaste a todas?

ETÍOPE: He perdido la cuenta de las mujeres que me han requerido de amores, mi hermano. Han sido tantas, que todas se agolpan en mi memoria como un océano de pechos rebotantes, inmensos traseros que temblaban como gelatinas y de chochos más velludos que el afro que tengo en mi cabeza.

LISANDRO: (Aparte.) ¡Oh, canalla! ¡Sin vergüenza! ¡Bárbaro! ¡Atrevido! ¡Follón!

ETÍOPE: Pero sí te puedo decir a las que no me he tirado, mi negro.

LISANDRO: ¿Eh?

ETÍOPE: Las únicas con las que no me he acostado son la reina Camila y esa que se llama Lesbia. ¡Y vieras las ganas que les tengo, chico, las cambiaría a todas por esas dos, mi hermano!

LISANDRO: ¿En serio la reina no te ha requerido en su lecho?

ETÍOPE: Vaya que eres un poco lento, negro. ¿Qué te acabo de decir? La reina apenas reparó en mí y me impuso la pena de ser el divertimento de sus súbditas hasta que me quedara impotente. Hasta ahora les he dado batalla, ¡pero creo que ya no aguantaré una noche más!

LISANDRO: ¡Oh! ¡Qué peregrino comportamiento el suyo!

ETÍOPE: Si me lo preguntas, chico, entre la reina y Lesbia puede haber algo entre ellas. Tú me entiendes, ¿verdad, mi negro?

LISANDRO: (Aparte.) Vaya, tener a una mujer como rival es, verdaderamente, algo muy extraño.

ETÍOPE: ¿Y tú con cuántas te has acostado, chico?

LISANDRO: (Suspira.) Con ninguna. A mí me impusieron la pena máxima, que es morir casto, castrado y desollado.

ETÍOPE: ¡Pero qué mala pata, mi negro!

(Se escucha que una puerta se abre de forma ominosa. Aparece CAMILA y su séquito de amazonas. Dos de ellas deben de estar coronadas de flores y, del cesto que llevan en las manos, tiran pétalos detrás de ella. CAMILA luce en esta escena espléndida. Casi como si no se diera cuenta de su imponente atractivo o totalmente inconsciente de su sensualidad. La toga que lleva está muy ceñida, uno de sus tirantes está bajo y del faldón podemos ver uno de sus muslos. Aunque aparenta control ante sus súbditas, cuando esté sola, en breve, con LISANDRO, parecerá como borracha o “ida”.)

CAMILA, autoritaria: Etíope, varias de nuestras hermanas te requieren de amores ahora mismo. Ve a complacerlas. (Las amazonas abren la celda y comienzan a arrastrar al ETÍOPE.)

ETÍOPE: ¡Señora! ¡Aunque mi espíritu y mis ganas son muchas! ¡Todo tiene un límite! ¿No podría hacerme el relevo un rato acá mi negro?

CAMILA: ¡No! ¡El ya tiene su destino firmado! ¡Tú haz tu labor y, sí no respondes como es debido, también te sacrificaremos!

ETÍOPE: (Mientras se lo llevan a rastras se lamenta.) ¡No! ¡Por favor! ¡Piedad! ¡A un hombre le basta una mujer! ¡Y a veces ni eso! ¡Pero sí es imposible muchas veces satisfacer a una! ¡Imagínense lidiar con varias! ¡Auxilio! (Cierran la celda y sale el séquito de amazonas con el ETÍOPE.)

CAMILA: Regresaré con ustedes en un momento, queridas hermanas, sólo quisiera hablar un rato con el otro condenado. (A LISANDRO.) Bueno… Sólo quería avisarte que suavizaremos tu pena. No te castraremos, sólo te haré la hieroscopia y usaré tus tripas para predecir si tendremos una buena cosecha.

LISANDRO: Me alegra saber que seré el intermediario entre las deidades y tú.

CAMILA: ¡Y eso lo acabo de decidir porque me levanté de buenas hoy! También…, (Empieza a actuar extraño.) También, y ya que de todas formas vas a morir, quisiera confesarte algo.

LISANDRO: Puedes comentarme lo que tú quieras, Camila. Sabes que es un placer tenerte junto a mí.

CAMILA, confusa, entre lacrimosa y enojada: (Se recarga en los barrotes.) ¡Qué no me gusta ser reina!

LISANDRO: No sé cómo sean las leyes de su Constitución. Pero como dudo que tengan una, sólo te sé decir que no estás obligada a serlo. Y aunque sé que valoras más tu libertad y tu autodeterminación como mujer libre, no obstante, te pido, entonces, que huyas conmigo. Reconozco que garantizarte la libertad en los límites de mi hacienda es una nimiedad comparado con regir una sociedad entera. Pero permíteme protegerte y velar por ti, al menos déjame intentarlo, pues mi felicidad será mucha si tú estás a mi lado.

CAMILA, desesperada: ¡No puedo! ¡No puedo! ¡Todo era maravilloso cuando mi madre reinaba! ¡Yo me divertía con mis hermanas y no tenía ninguna responsabilidad hasta que mamá murió! ¡Ahora estoy hasta el cuello de obligaciones y no sé qué hacer! Por un lado juré que gobernaría en nombre de Artemisa, pero por el otro, por el otro…

LISANDRO: ¿Por el otro qué, Camila?

CAMILA: ¡Ay! ¡Es tan difícil confesarlo! ¡Odio a los niños, pero quiero uno! No sé. Ver la descendencia de mis hermanas inseminadas hace que tenga sentimientos contradictorio. ¡El maldito instinto hace que flaqueé en mi obligación como reina!

LISANDRO: ¿De verdad no existe otra alternativa para ti?

CAMILA, súbitamente tranquila: Bueno…, mamá, en su lecho de muerte, me dio una carta y un anillo con una insignia que dejó mi padre antes de ser sacrificado. En ella me hacía heredera de muchos bienes que dejó en Atenas. Mi madre me advirtió que, si el trabajo de reina era demasiado para mí, podía abdicar, reclamar mi hacienda y vivir de ella.

LISANDRO: Entonces… ¿Qué es lo que te impide tomar lo que es tuyo?

CAMILA, autoritaria y furiosa: ¡Ser amazona es lo que le da sentido a mi vida! ¡Y no dejaré que un miserable hombre me cuestione! ¿Te queda claro eso, escoria?

LISANDRO: ¿Al menos recuerdas cómo me llamo?

CAMILA, desconcertada: Tengo mala memoria para los nombres… Dímelo, antes de que te mande al altar de sacrificios.

LISANDRO: Soy Lisandro de Cretinópolis, un hombre que era libre, y que ahora es esclavo tuyo, noble e hijo del estratego Estrabón.

CAMILA: Pues mucho gusto, te veré dentro de un rato en el altar de sacrificios. Adiós.

LISANDRO: ¡Camila! Más allá del incidente que tuviste con los piratas, y que gracias a los dioses, no pasó a más, desconozco qué otro incidente tuviste con los de mi sexo como para que me guardes este tan infundado rencor. Si no quieres decírmelo, está bien, lo comprendo, pero en nombre de todos los hombres te pido perdón. Sin embargo, no puedo contener lo que siento por ti, y que es algo más profundo que un capricho o una necesidad. Camila, tú eres la representación del amor que hay en mí, y desde nuestro primer encuentro, llevo años añorándote y guardándote como el más dulce y repentino recuerdo de mi gris existencia. Soy feliz, aun en esta desgracia, y me tendré por dichoso si muero por tus manos. Pero, Camila, escúchame por favor, tal vez yo no sea el último hombre con el que te tengas que enfrentar, y mi muerte no lavará la mancha que alguno, más prepotente y cruel que yo, pueda causarte.

CAMILA: Vanas son tus palabras, griego… así que iré a preparar el ritual para el sacrificio.

LISANDRO: Veo que estás decidida, y es por eso que te amo. Tienes la fuerza y el carácter que a mí me hacen falta. Sin embargo… (Se escucha una música romántica.1) ¿Qué es eso que escucho?

CAMILA: Creo que mis hermanas comenzaron a tocar música.

LISANDRO: ¿Me concederías una última voluntad?

CAMILA: ¿Cómo?

LISANDRO: Como el condenado a muerte que soy, merezco una última merced, ¿no crees?

CAMILA: ¡Qué atrevido eres! Aunque… Si no es algo que atente contra mi decoro, tal vez pueda concederte lo que deseas. Anda, dime, ¿qué es lo que quieres?

LISANDRO: Que bailes esta pieza conmigo.

CAMILA, sorprendida: ¡Ja! ¡Tienes más agallas de lo que pensaba! Está bien, accederé a lo que me pides. ¡Pero sí intentas propasarte, juro por las diosas que tu muerte será sanguinaria y cruel! (Abre la celda y entra. Comienzan a bailar como si estuvieran de verdad enamorados. Se acercan a donde está el claro de luna. Se miran profundamente y, como quien no quiere la cosa, se besan. Y se quedan así un rato. Luego entra LESBIA, quien lleva encadenados a AQUILES y a CALÍSTENES.)

LESBIA: (Entra distraída al calabozo.) ¡Señora! Me dijeron nuestras hermanas que estaba aquí, y temo decirle que encontramos a otros dos hombres que buscaban a… (Mira el beso con estupefacción.) ¡Por las diosas! ¡Señora! ¡Qué esta sucediendo aquí!

AQUILES, emocionado: ¡Eso es todo, Lisandro! ¡Bien hecho!

CALÍSTENES, enternecido: ¡Ay! ¡Qué tiernos!

CAMILA, desosegada: (Se separa abruptamente de LISANDRO.) ¡Oh, Lesbia! ¡Que no lo sé! ¡Que no lo sé! (Se pone a llorar avergonzada.)

LESBIA, hecha un basilisco: ¡Haz deshonrado a nuestra reina y es mi deber restaurar su honra! ¡Date por muerto, escoria!

LISANDRO, valeroso: ¡Estamos ante tu señora, así que exijo una satisfacción! Te reto a duelo, Lesbia. Si yo ganó, tomaré a Camila como esposa y liberarás a mis amigos. Pero si pierdo, restaurarás la ofensa con nuestra sangre.

AQUILES y CALÍSTENES: ¡¿Qué?!

LESBIA: No estoy obligado a obedecerte (Desenfunda su espada.) ¡Así que preparate para morir!

CAMILA, confusa: (Se interpone entre los dos.) ¡Lesbia!, lo que pide Lisandro es justo. Esto tiene que decidirse con un duelo.

LESBIA: Que se haga la voluntad de mi señora entonces.

(Por arte de tramoya nos encontramos en la escenografía de la escena quinta. Se escucha una música épica2. Como espectadoras están las demás amazonas. Sendas antorchas iluminan la arena donde se va a realizar el duelo. AQUILES, mientras tanto, hace ademanes pugilísticos y CALÍSTENES se cubre los ojos para no ver.)

CAMILA, amorosa y preocupada: Lisandro, toma mi espada. (Se la da.) Le perteneció a mi padre. Sé que harás buen uso de ella. (Se hace un lado y ve el espectáculo en un sitio del centro.)

LISANDRO: ¡Da tu mejor pelea, destetada!

(LESBIA grita y se abalanza contra él. La lucha es fiera, pero lleva todas las de perder LISANDRO. CAMILA se verá preocupada en toda esta acción. Va a llegar un momento en que LISANDRO termine desarmado y tirado en el piso a la merced de LESBIA, una vez que tenga el filo cerca de las narices, CAMILA interrumpirá el duelo.)

LISANDRO: (Se cae después de una de las embestidas de LESBIA y, con el filo cerca del rostro, mira con resignación su destino.) He aquí mi fin, ¡pero es un honor morir en nombre del amor!

LESBIA: ¡Muere, gusano!

CAMILA: (poniéndose entre ambos.) ¡Paren de una vez!

LESBIA: (Tira su espada y retrocede.) ¿Pero qué significa esto, señora mía?

CAMILA: ¡Que amor ha ganado esta batalla! (Y se tira a los brazos de LISANDRO.)

(LESBIA se retira a la esquina derecha del escenario, se hinca y oculta el rostro. LISANDRO y CAMILA se ponen de pie.)

LISANDRO: (Llorando de felicidad.) ¿Qué es lo que acabo de escuchar, bien mío?

CAMILA: ¡Que acepto que me desposes, querido Lisandro! (Se abrazan.)

LISANDRO: Ha sido tanto lo que ha ocurrido, que no reparé que también estaban mis amigos aquí.

AQUILES: ¡También está tu padre!

LISANDRO: ¡Entonces dile que venga! (AQUILES sale.)

CAMILA: (Aún en los brazos de LISANDRO.) ¿Pasa algo, querida Lesbia? ¿Acaso no estas feliz por mí?

LESBIA: Estoy triste porque todas nosotras no vamos a tener una soberana a quien servir.

CAMILA: (Se acerca a ella y se quita la mascada atigrada.) Puedes ahora ser tu la reina si quieres.

(LESBIA toma la mascada, se abrazan y lloran. Luego CAMILA regresa a los brazos de LISANDRO. Entra también ESTRABÓN, AQUILES y un coro de hombres.)

ESTRABÓN: ¡Pero que es esto que veo aquí! ¡Vine a esta isla a buscar a mi hijo, y resulta que ahora tengo dos! ¡Deja que te vea un poco más de cerca, hija mía! (CAMILA abraza a su suegro y regresa a los brazos de su marido.) ¡Aunque esta jovencita no tenga dote, su beldad es más que suficiente!

LISANDRO: Bueno, querido padre, ella no carece de dote del todo, al parecer podemos reclamar una herencia suya que tiene en Atenas.

CAMILA: ¡Sí! ¡Podemos pasar la luna de miel ahí!

ESTRABÓN: Entonces no sé qué demonios esperamos para que el coro cante el himeneo.

(El coro de hombres y el de mujeres se unen y comienzan a cantar.)

CORO UNIDO: Ven, ven, himeneo. Ven, ven, himeneo.

(Todos ven y rodean a la pareja.)

LISANDRO: Te amo, Camila.

CAMILA: Y yo a ti, Lisandro.

(Se besan. Aparece TEZCATLIPOCA con el penacho en las manos, para que se vea que va a hablar en serio. El escenario se oscurece y se va cerrando el telón poco a poco. Pero un reflector ilumina a TEZCATLIPOCA.)

TEZCATLIPOCA: Bien termina lo que bien comienza. Pero si por casualidad les ofendió esta historia, hagan de cuenta que fue un mal sueño y culpen a su autor, el maestro en sandeces Andrés Rodríguez, por eso, ¡nosotros sólo representamos lo que él imaginó! De todas formas, esto más que sueño es comedia, y aun la más grande de las risas, sirve para disimular un hondo pesar. Sólo me resta decirles que Dios los guarde, pues sólo existe uno, y que lleguen con bien a casa. ¡Ya nos veremos en la próxima!

(Telón y fin.)

Ciudad de México. Abril- 21 de Mayo del 2019.

1N. del A. Sugiero una versión instrumental de “Moondance” de Van Morrison, cuya melodía sea llevada por una flauta transversal.

2N. del. A. Se sugiere el tema “First Boss Theme” del Golden Axe II.

La amazona confusa (7/8)

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Escena séptima

Se abre telón. Vemos la orilla de la playa de la Isla de las Amazonas. Hay muchas palmeras y una espesa vegetación alrededor. También hay una que otra columna de mármol, puesta a capricho, y llenas de enredaderas y musgo. El cielo es de un azul intenso muy despejado en ese, en apariencia, paradisíaco lugar. A la extrema derecha desembarcará, en uno momentos, la nao de ESTRABÓN, por lo que hay que dejar ese espacio yermo mientras tanto. Se escucha el suave rumor de las olas y una que otra gaviota graznando. Aparece LESBIA por la izquierda, quien tiene muchas ganas de monologar.

LESBIA: (Armada con una lanza y una rodela y extendiendo los brazos) Heme aquí, tu más fiel servidora, y tu más obsecuente esclava, ¡oh, hermosa reina mía Camila!, siguiendo a rajatabla tus dulces imperativos. Pero cuán lejos me parecen los días, aquellos en los que tu madre todavía estaba viva, en donde nos escondíamos en la espesura y me pedías que nos bañáramos desnudas sobre las tibias aguas de un lago. Aún recuerdo, sin dejar de suspirar, que insistías en que nos midiéramos los escotes y que jugáramos a querernos como una pareja que, después del himeneo, pasa su primera noche en el tálamo. ¡Ay!, que aún vibro al recordar la infinita piedad y ternura cuando viste mi pecho amputado, y lo besaste para ver si al menos sentía cosquillas, y luego besaste este otro (Se lo toca o lo señala.), tan sensible al delicado roce de tus labios y que está henchido de amor por ti. Pero…, ¡qué poco duran los días felices!, una vez que te convertiste en reina sufro tu desdén y tu amarga aquiescencia. ¿Cómo fue posible que las dos mejores compañeras, más unidas que unas hermanas siamesas, terminaran tan apartadas la una de la otra en la intimidad? ¿Por qué teniéndote tan cerca te siento tan lejana? ¡Qué se me rompe el corazón cada vez que me paseo cerca de tu lecho, sedienta de ti, y tú me despachas con suma indiferencia, alegando cansancio y que hay que respetar las jerarquías porque la unidad de la tribu es más importante que el amor! Entonces, loca de deseo, tomo a alguna de las mujeres que están a mi servicio y la violo y le exijo caricias, que sólo tú sabes dar, y, al sentirme insatisfecha con la sucedánea, comienzo a golpearla sin razón mientras derramo ardientes lágrimas de ira. Pero hoy me toca vigilar esta solitaria playa, mientras las demás pueden gozar del acatamiento de tu soberana y alta hermosura cuando presides las fiestas en honor a nuestra diosa. ¡Ay, desdichada de mí! Sin embargo, ahí vienen otras dos siervas tuyas. No puedo mostrarme vulnerable ante nadie que no seas tú. Ocultaré mi congoja con mi máscara de severidad. ¡Salve, oh acolitas de la invicta Artemisa!

(Aparecen dos amazonas armadas. Ambas van tocadas por unos cascos que remiten, un poco, al logo de cierta marca de preservativos cuyo nombre no recuerdo.)

AMAZONA A: ¡Salve, oh hermosa y brava Lesbia!

AMAZONA B: ¡Salve, oh segunda en hermosura y primera en coraje de todas las amazonas! ¿Por qué está tan sola la favorita de nuestra reina?

LESBIA: ¡No levantes falsos a mi señora! ¡Ella quiere a todas por igual! Y estoy aquí, vigilando la playa, pues, desde que llegó el intruso, es probable que el macho opresor o el heteropatriarca desembarque y nos exija su inminente manumisión.

AMAZONA A: ¡Qué importante tarea tienes! Pero no me vas a negar, valiente Lesbia, que han sido desde la tierna infancia, muy unidas, tú y nuestra reina.

AMAZONA B: ¡Sí! ¡No existe otra, más que tú, que sea digna de amar a la mujer más hermosa de nuestra isla!

LESBIA, enojada: (Se pone en guardia.) ¡A callar! ¡Retiren sus palabras si no quieren que las desmienta en un fiero y desigual duelo!

AMAZONA A: ¡Tranquila, mana! Sólo queríamos hacerte compañía y gozar, un rato, de tu hermosura.

AMAZONA B: ¿Acaso hoy toca luna para que estés de ese humor, querida Lesbia?

LESBIA: ¡Pues piensen antes de hablar! Si nos engolosinan los simples rumores y el comadreo ocioso, entonces no somos mejores que las mujeres no liberadas.

AMAZONA A: ¡Verdad dices! ¡Y es por eso que, ay de nosotras, lamentamos decirte que tus predicciones fueron más que acertadas!

LESBIA: ¿Qué quieres decir?

AMAZONA B: Date la vuelta. Parece que ahí viene un trirreme griego con la plena convicción de desembarcar aquí.

LESBIA: (Se da la vuelta.) ¡Cierto! ¡Corran a avisarle a nuestra infantería sobre este suceso!

AMAZONA A: A la orden.

AMAZONA B: Volvemos en un parpadeo.

(Se van.)

LESBIA: ¡Malditos sean todos los hombres y sus ansias de mandar en donde no los llaman! ¡Pero antes muertas que esclavas! (Se vuelve a poner en guardia, pero con dirección a donde va a aparecer el trirreme.) ¡Vengan de una chingada vez que yo sola puedo con todos! (Se queda expectante mientras tanto.)

(Aparece el trirreme y ancla en la orilla. Abordo de él se encuentran ESTRABÓN, AQUILES y CALÍSTENES.)

ESTRABÓN: (Engolando la voz.) ¡Por fin hemos tocado tierra!

AQUILES: Y para evitar una tragedia, o un posible naufragio, sacrificamos, cada medio estadio, a un carnero, a un lechón, un par de corderitos, cinco gatos de los lindos, y un cachorrito que no nos dejaba de mirar con ternura.

ESTRABÓN: ¡Y no olvides los barriles llenos de vino que regalamos al mar!

AQUILES: Chale, eso fue lo que más me dolió.

CALÍSTENES: Los dioses ahora no nos pueden reclamar. Servidos están con su sobrada ofrenda. La vida de nuestro amigo vale más.

AQUILES: ¿Y por qué no trajo a su mujer, don Estrabón? Siendo ella espartana, es la única que puede estar, al tú por tú, con una amazona.

ESTRABÓN: No te creas, oh libertino Aquiles, que cuando le comenté lo de nuestra misión, mi mujer me dijo que ella no quería saber nada de esas lesbianas y menos para rescatar al odioso de mi hijo.

AQUILES: ¡Grande debe ser el óbice que enfrentamos para que una espartana le tenga miedo a una amazona!

CALÍSTENES: Pero no sólo en fuerza y sagacidad las superan, sino también en gracia y garbo. Vean, por ejemplo, a aquella que vigila la playa, ¡aun con un sólo pecho tiene más busto que muchas otras!

ESTRABÓN: Quizá ella nos pueda dar informes. (A LESBIA.) Disculpe usted, jovencita, venimos en son de paz y quisiéramos saber si de casualidad…

LESBIA, colérica: ¡Regresen de dónde vinieron! ¡Cerdos esclavistas y capitalistas!

ESTRABÓN: Pero nosotros sólo queremos saber si…

LESBIA: ¡Hermanas! ¡Firmes y en posición de defensa! ¡Ya!

(Aparecen la AMAZONA A y la AMAZONA B, en compañía de un coro de amazonas armadas con una muy variopinta panoplia en donde veremos: sartenes, rodillos para pan, consoladores y arcos tensados.)

CORO DE AMAZONAS: ¡En nombre de Artemisa lárguense, si no quieren morir!

ESTRABÓN: (Suspira.) Es inútil. Están vedadas al diálogo. Aquiles, ¿estás seguro de que mi hijo podría estar aquí?

AQUILES: Tan seguro estoy como que las aguas del Leteo no serían suficientes como para que Lisandro se olvidara de su hermosa Camila. Lo conozco y la visión que tuve de él fue muy clara.

ESTRABÓN: Tenemos treinta efectivos a bordo del trirreme, son suficientes como para someter a unas revoltosas, ¡pero no tengo ánimos para guerrear y, menos, contra esas jovencitas! No obstante, sé que tu ingenio se iguala al de Ulises, oh nada mitológico Aquiles. Así que estoy seguro de que puedes deshacer este enredo con una de tus triquiñuelas.

AQUILES: ¡Y no lo decepcionaré, don Estrabón! ¡Pues tenemos aquí a Calístenes, el jonio!

CALÍSTENES: ¡Sabes de sobra que ese chiste no es gracioso!

AQUILES: Y con su ayuda nos infiltraremos en la isla para rescatar a Lisandro.

ESTRABÓN: ¿Y cómo le van a hacer?

AQUILES: Muy fácil. Mi compañero, que es un talentoso modisto, y su humilde servidor, nos disfrazaremos de mujeres.

ESTRABÓN: Aquiles… Eres un completo imbécil.

AQUILES: No sea tan duro. Yo sí me la voy a jugar. ¡Todo o nada!

CALÍSTENES: ¡El travestismo funcionó cuando regresamos a la amazona a su hogar!

ESTRABÓN: Por el bien de mi linaje veo que no tengo opción. Daré marcha atrás a la nave, para que las amazonas bajen la guardia y ustedes puedan llevar acabo su… cuestionable plan. (Se escucha una alarma de un coche yéndose de reversa mientras el trirreme se retira.)

LESBIA: El enemigo se retira, ¡no existe rival que pueda contra una amazona!

CORO DE AMAZONAS: ¡El poder de las mujeres ha vuelto a triunfar!

LESBIA: Pero no por eso debemos bajar la guardia. ¡Corran a avisarle sobre este incidente a nuestra reina! Hay que estar prevenidas en caso de que quieran volver a desembarcar.

CORO DE AMAZONAS: ¡Ni una secuestrada más! ¡Si agreden a una, agreden a todas! ¡Somos nietas de Calipso! ¡Hijas de Artemisa! ¡Y guerreamos más fieramente que Atenea! ¡Con nuestra reina liderando las tropas, el Olimpo es el límite!(Se van.)

AMAZONA A: ¡Qué bien! ¡Estoy tan feliz que quisiera bailar por todas nosotras! ¡Por todas las violaciones que prevenimos y las doncelleces resguardadas!

LESBIA: ¡Calma! Todavía no es momento para cantar victoria. No hasta que el intruso sea sacrificado. Entonces, y sólo entonces, podrás bailar sobre sus pequeños despojos.

AMAZONA B: ¡Sin embargo yo sí quería un poco de forcejeo! ¡Que no hay algo que incite más a la pasión que la pelea y el choque de los aceros con un varón! ¡Al menos quisiera haber secuestrado a un hombre para tener algo con qué entretenerme!

LESBIA: ¡A callar! ¡Que nosotras nacimos liberadas: asco te debería preferir el pequeño placer del ayuntamiento, y ayuntamiento heterosexual además, que la independencia y la libertad!

AMAZONA B: (A la AMAZONA A.) ¡Qué mala suerte! Ahora tendremos que esperar a que otro barco tenga los suficientes huevos para enfrentarnos. Cuando eso suceda ya estaré menopáusica.

AMAZONA A: Calma, amiga, que las diosas proveerán.

(LESBIA y las demás comienzas a cuchichear. Luego aparecerán AQUILES y CALÍSTENES vestidos ridículamente de mujeres. Tal vez CALÍSTENES luce un poco más creíble por su belleza efébica, pero su compañero se ve peor.)

CALÍSTENES: ¿Crees que esto funcione? ¿No crees que sería mejor que regresemos a la nave?

AQUILES: No podemos.

CALÍSTENES: ¿Por qué?

AQUILES: Tenemos que salvar a Lisandro.

CALÍSTENES: Es verdad…

AQUILES: No te preocupes, esta industria data de los tiempos mitológicos y la aplicaron nuestros ancestros, los dánaos, cuando se infiltraron en la ciudad de Troya escondidos en el caballo de madera.

CALÍSTENES: ¡Pero en la vida real dudo que alguien sea tan ingenuo como para caer en una estratagema tan obvia!

AQUILES: ¡A callar, puta, que no quiero que me eches la sal a mi plan!

CALÍSTENES: ¡Ay bueno, ya, está bien!

AMAZONA A: (Haciendo con la mano visera para otear en la distancia.) Esperen…, ¿quiénes son esas dos que pasean por la playa?

AMAZONA B: ¡Oye, sí es cierto, nunca las había visto!

LESBIA: Deben ser mujeres que nadaron hasta aquí buscando su libertad. Vayamos a su encuentro para darles la bienvenida. (Se acercan a donde están ellos.) ¡Acérquense sin miedo, hermanas, que aquí no hay un hombre que las abofetee o someta! ¡Sean bienvenidas a nuestra isla, que es gobernada por la sin par Camila!

AQUILES: (A CALÍSTENES.) Jejeje, ¿qué te dije? ¡Ya picaron el anzuelo! (Atiplando la voz al dirigirse a las amazonas.) ¡Oh, hermanas! ¡Qué bueno que las encontramos! ¡Pensábamos que esta isla estaba desierta!

AMAZONA A: ¡Desierta de hombres más bien!

CALÍSTENES, entristecido: ¡Ahhhh!

AMAZONA B: ¡Pero no se preocupen! ¡Aquí nadie las obligará a lavar la ropa o a realizar los odiosos menesteres de un gineceo!

AMAZONA A: Es más… ¡pueden andar desnudas si quieren, como hacen muchas de nuestras hermanas!

AMAZONA B: ¡Y lo mejor de todo! ¡Beber vino sin rebajarlo!

AQUILES, atiplado: ¡Por Deméter! ¿En serio?

LESBIA: En esta paradisíaca isla aprenderán muchas cosas, como que siempre aborrecieron a los hombres y que no necesitarán jamás de uno.

CALÍSTENES: ¡Ay! ¡No sé si aguante mucho tiempo en esta isla! ¡Me confieso adicta a los hombres!

LESBIA: Eso puede tener solución, pues lo que tú padeces es una imposición de una construcción social que te dicta cómo debes de amar y a quién.

CALÍSTENES, sibilino: Pues no lo sé… A mí nadie me enseñó que debían gustarme los hombres.

AMAZONA A: (Acercándose a CALÍSTENES.) Oye, como que estás muy guapa, hermana. (Tortea a CALÍSTENES. Él se muestra muy incómodo.) Con una belleza como la tuya tendrás muchas mujeres a tu alrededor.

CALÍSTENES: (Aparte.) ¡Por Ganímedes! ¡Qué horror!

AMAZONA B: (Acercándose a AQUILES.) Y tú también tienes lo tuyo, ¡bombón! (Y lo tortea.)

AQUILES, atiplado e indignado: ¡Sean un poco más galanas! ¡Por ahí no se despacha!

LESBIA: Pero no nos han dicho sus nombres para que podamos presentarlas ante nuestra reina.

CALÍSTENES: (Haciendo una pose dramática exagerada.) ¡Mi nombre es Calíope! ¡Como el de la musa de la poesía épica!

LESBIA: (A AQUILES.) Y el tuyo.

AQUILES, atiplado y nervioso: Este…, yo soy…, erm…, ¡Falopia!, digo, ¡Filipa!

LESBIA: Calíope, Filipa. Casi son oficialmente amazonas. (AQUILES y CALÍSTENES se abrazan emocionados.) Solo falta que las iniciemos en los misterios de Artemisa.

AQUILES, atiplado y preocupado: ¿Y…, en qué consisten esos misterios?

AMAZONA A: ¡En qué las vamos a gozar en nuestro templo dedicado a nuestra diosa!

CALÍSTENES, atemorizado y medio tartamudeando: ¿No… no… no pueden esperar a que nos… nos… conozcamos un po… po… poco mejor?

AMAZONA B: ¡Vamos, cariño, esto te va a gustar!

AQUILES, atiplado: Pues, señoritas…, fue un placer…

LESBIA: ¡No sean rancheras! Esto será algo que nunca olvidarán. (Comienzan a llevárselos a la fuerza.)

CALÍSTENES: ¡Yo me estaba guardando para mi verdadero amor!

AMAZONA A: Tu himen estará intacto, querida.

AQUILES: ¡Y yo soy alérgica a las “tijeras”!

AMAZONA B: ¡No mames, ni que fueras a parir! (Se los llevan.)

(Telón.)

La amazona confusa (6/8)

Scene1

Escena sexta

Se abre telón. Estamos dentro de una habitación oscura. A la extrema derecha hay una cama en la que descansa plácidamente AQUILES. En la extrema derecha se encuentra una sábana que parece ocultarnos algo a propósito (puede ser una fotocopiadora, un ordenador, una máquina de coser, o algo del mismo jaez). Aparece AFRODITA, vestida con una toga súper provocativa, tanto que uno de los faldones nos permite apreciar uno de sus muslos. Sin embargo, su belleza sobrehumana no supera a la de CAMILA. Se planta en el centro del escenario y comienza su soliloquio.

AFRODITA, hablando con la papa en la boca: (Se pasea a capricho por el escenario mientras habla con su teléfono celular.) ¿Aló? ¿Eres tú, Atenea? ¡Atenea, hermanita! ¿Qué que estoy haciendo? ¡Aich, déjame que te cuente! ¡De nuevo me mandan, o sea, aquí, a intervenir en asuntos de mortales! ¡Pero qué oso, mana! ¿Eh? ¡Sí! Me dijeron que este caso era uno de mis asuntos, pero, al analizar la información, resultó que había amazonas de por medio, y yo, obvio, no tengo nada que ver con esas lesbianas. ¿Exactamente qué quieren que haga? ¡Esto debió ser culpa del cegatón de mi hijo! (Un muy breve mutis, AFRODITA muestra una evidente cara de fastidio.) ¡Güey, si no lo quiere esa vieja es su pedo, no puedo hacer que se enamoren así como así, que el cabrón se compre una vida o yo qué sé! (Mutis.) ¿No tenemos como un dios de los rescates o algo por el estilo? (Mutis. AFRODITA detiene su marcha y se lleva una mano a la cintura, parece bastante incómoda.) ¡Pero lo de Paris fue distinto! ¡Tú y Hera todavía no me lo perdonan! (Mutis.) ¡Pigmalión me dio lástima y además ese día estaba medio peda! ¡Sólo así se me ocurriría darle vida a una estatua! (Mutis. Luego fingiendo condescendencia.) Okay, haré lo que pueda. (Mutis.) ¡Aich! ¿Sabes qué? ¡Bye! Me saludas a tu marido, ¡ah!, que no tienes. (Cuelga con mucha molestia. Y dirigiéndose al público, les dice:) ¡Saludos! ¡Oh, miseros mortales! ¡Yo soy Afrodita! ¡La diosa del amor y todo lo relacionado con él! (Vuelve a sacar su celular para tomarse unas selfies, todas ellas ridículas y haciendo cara de pato.) Y he bajado a este mundo a intervenir en un asunto que no me compete, pues escuché hablar de una tal Camila que, obvio, no es tan hermosa como yo, y quien diga lo contrario, está igual de ciego que mi pobre hijo Eros. (Aparece brevemente EROS, caminando por el escenario auxiliado con un moderno bastón para ciegos. Al posicionarse en el centro, mira hacia el público para, luego, continuar su marcha. Una vez que sale del escenario, AFRODITA continúa su perorata.) Como sea, mi deber es postrarla a mis pies porque no me ha rendido la debida pleitesía que merezco, ¡qué se cree esa tipa! Y también porque los dioses no quieren que muera, todavía, Lisandro, pues al parecer es un sujeto muy devoto y se ha encomendado a todos los dioses del Olimpo. Si no fuera porque la envidia me corroe, no intervendría en su favor. Y bueno, aquí me tienen en el asqueroso lecho del naco de su amigo Aquiles, ¿se acuerdan de él?, para alterar sus concupiscentes sueños y revelarle que Lisandro se encuentra cautivo en la Isla de las Amazonas. Originalmente iba a aparecer Morfeo, pero le dio la huevonada y ya no quiso hacer el trabajo, pero me prestó sus polvos mágicos. Veamos si son de ayuda. (saca un pequeños saco con brillantina que rocía con gracia en el lecho de AQUILES.) Y, bueno, creo que ya no tengo nada que hacer aquí. Así que me iré porque hoy tengo manicura.

(Se escucha que alguien está canturreando algo de improviso.)

TEZCATLIPOCA: (Fuera del escenario y cantando “Bonita” de Luis Arcaraz.) Bonita, como aquellos juguetes que yo tuve en los días infantiles de ayer. Bonita, como el beso robado, como el llanto llorado, por un hondo placer. (Aparece en escena, aún cantando, TEZCATLIPOCA y acercándose poco a poco a AFRODITA quien, contrario a lo que se pudiera pensar, parece alagada.) La sinceridad de tu espejo fiel puso vanidad en ti. Sabes mi ansiedad y haces un placer de las penas que tu orgullo forja para mí. Bonita, haz pedazos tu espejo, para ver si así dejo de sufrir tu altivez. (Deja de cantar e hinca los hinojos cuando dice sus piropos.) ¡Ay! ¡Cuántas cuevas y yo sin freno! ¡Quisiera ser Pitágoras para sacarte el seno! ¿Sabes lo que comen las ardillas?

AFRODITA: No lo sé, ¡oh galante bárbaro!

TEZCATLIPOCA: Bellotas, así como tú, chaparrita cuerpo de uva. ¿Tons’ que, mi reina, a qué hora sales al pan?

AFRODITA: A la hora que quieras, papacito.

TEZCATLIPOCA: (Tomando de la cintura a AFRODITA y aparte.) ¡Tssss! ¡Esta vez sí me rayé! ¡Esta no es tan apretada como la Atenena! (A AFRODITA.) ¿Entonces sí vamos a matar el oso a puñaladas?

AFRODITA: Pues ya te estás tardando, papucho.

TEZCATLIPOCA: Entonces diles a los tramoyistas que nos cierren tantito el telón.

HEFESTO, fuera del escenario: ¡Vieja! ¡Dame de tragar, que acabo de llegar de la chamba!

AFRODITA: (Molesta y gritando.) ¡Ya voy! ¡Regreso al ratito!

HEFESTO, fuera del escenario: ¡Vieja! ¡No manches! ¡Estuve todo el día peleándome con el sindicato de cíclopes en la forja! ¡Y el pendejo de tu sobrino, Cedalión, me fregó unas lanzas que teníamos que entregar para el jueves!

AFRODITA: ¿Y no puedes ver si hay algo en el refri?

HEFESTO, fuera del escenario: ¡Tendríamos la despensa llena si no te lo gastaras todo en lujos! ¡Yo me parto la espalda chambeando en la forja, mientras tú te la pasas viendo la telenovela de Querreas y Calirroe! ¿Por qué no vienes, mujer? ¿Es que acaso, y de nuevo, me estás poniendo más cuernos que los que tiene el Minotauro?

AFRODITA: No, amor, cómo crees. Sólo me estoy poniendo guapa para cuando me vaya a unir a ti, en el tálamo, esta noche.

HEFESTO, fuera del escenario: ¡Ya me cagaste las pelotas! ¡Si no subes ahora mismo, bajaré en este preciso instante! (AFRODITA y TEZCATLIPOCA se muestran preocupados.) ¡Hoy juega la final el AEK de Atenas contra los Olympiacos de El Pireo y por nada del mundo me lo voy a perder!

AFRODITA: (Le señala a TEZCATLIPOCA la sábana para que se oculte en ella. Este le hace caso y obedece.) ¡Carajo! ¡No puedes comprarte un maldito gyro en la esquina! ¡Cómo chingas! ¡Desearía que mi papi Zeus nunca te hubiera debido tantos favoreces como para que me obligara a casarme contigo! (Sale del escenario.)

El escenario comienza a llenarse de calima, ya sea usando hielo seco o por medio de una maquina de humo. Se escucha una música tétrica, escabrosa y perturbadora1. Hay ruidos de lamentos y cadenas arrastrándose por el piso.

LISANDRO, fuera del escenario: ¡Ay, mis hijos!

AQUILES: (Se despierta, pero no se levanta.) ¡Ah, carajo! ¿Qué se estará quemando? ¿El volcán hizo erupción otra vez?

LISANDRO, con la voz engolada: (Sale en escena, pero lo que vemos es el fantasma de LISANDRO, o lo que es lo mismo, un LISANDRO todo pintado de blanco.) ¡Levántate de tu tumba, Aquiles! (AQUILES se levanta, esperemos que no por última vez, de su cama muy alterado.)

AQUILES: ¡Ay, nanita! ¡Lisandro! ¿Qué haces aquí y por qué tardaste en regresar a casa?

LISANDRO, sigue engolando la voz: Este que ves no soy yo, sino una proyección astral de mi alma que viene a pedirte socorro.

AQUILES: ¿Pues dónde andas, cabrón?

LISANDRO: Resultó que mi nave fue cogida por una terrible tempestad y terminé naufragando en La Isla de las Amazonas. ¿Recuerdas a la princesa Camila? Pues ahora ella es la reina y me tiene cautivo.

AQUILES: Entonces no la debes de estar pasando tan mal…

LISANDRO, engolando la voz: ¿Y por que crees tú, so zopenco, que me lamenté diciendo “ay, mis hijos”? ¡Planean castrarme y darme la pena capital por el simple hecho de, sin quererlo, pisar su playa siendo yo hombre!

AQUILES: ¡Caramba! ¡Te dije que esa vieja no te iba a traer nada bueno!

LISANDRO: Por favor, pídele a mi padre que se embarque y negocie mi libertad con ellas. Sin embargo, no importa cuántas monedas den por mí, ya que, aun restituida mi libertad, seguiré por siempre cautivo de esa enemiga de mi descanso. Las cadenas que me atan a ella son más fuertes que las que padezco, de verdad, dentro de mi prisión.

AQUILES: Bueno, ¡podrías decidirte de una maldita vez! ¿Quieres que te rescatemos, sí o no? ¡Responde!

LISANDRO: Difícil es despegarse del hogar habitado por la persona amada. Pero como mi vida peligra, libérenme, por favor, inclusive en contra de mi voluntad.

AQUILES: Está bien, yo le avisaré a tu padre, pero luego no andes chillando de que siempre sí querías quedarte castrado y terminar como abono para el huerto de pepinos de esas lesbianas.

LISANDRO: Me despido. Parece que mis carceleras vienen a mi celda para darme otro escarmiento y orinar encima de mis heridas. ¡Qué los dioses te guarden, querido amigo! (Se va luego de que una nube de humo lo cubre.)

AQUILES: ¡No se diga más, en este mismo momento me embarco para salvarte el culo! ¡Oh, malaventurado amigo!

(La niebla se disipa. Entra CALÍSTENES.)

CALÍSTENES, muy preocupado: ¡Aquiles, Aquiles! ¡Despierta!

AQUILES, encabronado: ¿Ahora que quieres, puta? ¡Y que te dije de entrar a mis aposentos sin avisarme!

CALÍSTENES: ¡Que nuestro Lisandro no ha regresado y estoy muy preocupado por él!

AQUILES: ¿A poco a ti también se te apareció?

CALÍSTENES: ¿De qué hablas?

AQUILES: De nada. De un sueño que tuve.

CALÍSTENES: ¿Dónde estará?

(Entra ESTRABÓN.)

ESTRABÓN, engolando la voz: ¡Caballeros!

AQUILES: ¡Por Zeus, sí esto no es una mancebía para que todos entren sin avisar!

ESTRABÓN: ¿Acaso interrumpo algo?

AQUILES: No se preocupe usted, don Estrabón. Usted es siempre bienvenido, pero, ¿a qué debemos su visita?

ESTRABÓN: ¡Mi hijo parece que se extravió y no tengo idea de dónde podría estar! Creí que tal vez seguía en Baratariópolis, pero encontraron al capitán Ántrax, el dueño de la nave donde se embarcó Lisandro, llorando sobre un islote, y lamentándose de haberse comido un lechón crudo para sobrevivir o algo así. Dijo que todos sus pasajeros habían naufragado en un rumbo incierto, y, como el único pasajero que tenía era mi hijo, ¡temo lo peor! Y como ustedes son sus únicos amigos, pensé que podrían darme alguna pista de dónde podría estar. ¡Necesito encontrarlo, pues acabo de heredar una buena hacienda de un tío mío! ¡Por fin podré ocupar en algo al inútil de mi hijo!

AQUILES: Aunque no es el momento para hablar de política. ¿Cómo le fue en las elecciones?

ESTRABÓN: ¿A qué viene semejante pregunta, insensato?

AQUILES: No se ofenda, lo pregunto para ver si usted puede, como estratego, mandar una expedición para buscar a su hijo.

ESTRABÓN: Pese a que eres un libertino, no debí dudar de tu ingenio. Bueno, verás: perdí las elecciones contra Lico, pero aún soy el estratego en funciones, así que sí puedo realizar la expedición, el problema es… ¿a dónde?

AQUILES: (Suspira.) Pues manos a la obra. Embarquémonos de una vez pues yo si sé dónde puede estar Lisandro.

ESTRABÓN y CALÍSTENES: ¿De verdad?

AQUILES: En efecto, don Estrabón. Tenemos que buscarlo en la temible Isla de las Amazonas. Llegué a esa conclusión pues, hace tres años, su hijo Lisandro se enamoró de nada más que la princesa de esa tribu que, por azares de la maldita diosa Fortuna, terminó naufragando en esta isla. Él la ayudó a regresar a su casa, pero, como quedó prendado de ella, quizá aprovechó la ocasión que se le presentó para visitarla. El problema es que corría el riesgo de que ésta lo desconociera y lo tuviera preso. Si no está muerto, tal vez en estos precisos instantes se encuentra privado de su libertad.

ESTRABÓN: Pensé que esa historia que me contó era fantástica, pero ahora me doy cuenta de que era la pura verdad. ¡Aún conservaba el vestido y las joyas que dejó aquí!

CALÍSTENES: Amigos… ¿Todo esto no les parece demasiado, no sé, inexplicablemente oportuno? Pero… ¡Ya sé! Creo saber a qué se debe. (Descorre la sábana en donde está escondido TEZCATLIPOCA. Lo encontramos sentado sobre alguna máquina anacrónica.) ¡Lo sabía! ¡Un dios sobre una máquina!

TEZCATLIPOCA: ¡Chale! ¡Ya no lo dejan a uno descansar tranquilo! (y se va.)

AQUILES: ¡No demoremos un minuto más! ¡Nuestro amigo nos necesita! ¡Vamos por él!

(Telón.)

1N. del A. De preferencia, el breve interludio pletórico de disminuidos del cambio de escena (Crystal´s Theme) del Altered Beast.

La amazona confusa (5/8)

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Escena quinta

Se abre telón, pero todo está oscuro. El reflector apunta hacia la nada de la extrema derecha. Escuchamos lamentaciones y las olas romperse, dulcemente, sobre una playa. Entra LISANDRO a rastras por la izquierda, pero eso el público no lo ve.)

LISANDRO: (Carraspea con fuerza y se escucha que se está arrastrado por el escenario.) ¡Por Zeus! ¿Dónde estoy? ¿Acaso esto es el tártaro? ¡Yay! ¡Mis labios saben a sal! ¡Y creo que tengo metida una trucha en medio de mis calzoncillos! No, de alguna forma debí haber sobrevivido. ¡Pero me siento cubierto de escamas! ¿Pero esa luz hacia dónde está apuntando? ¡Oye! ¡Estoy aquí! ¡Ilumíname aunque sea un poco! (El haz de luz se dirige hacia donde está LISANDRO y vemos que está todo cubierto de teas, ovas, algas y lamas, lo que le da una apariencia de bestia marina.) ¡Bueno, esto está mucho mejor! Pero aún me queda la duda de mi ubicación. (Se escuchan las argentas risas de unas amazonas.) ¿Qué es lo que acabo de escuchar? ¿La isla está abitada? ¡Auxilio, acabo de naufragar y necesito atención! (Intenta ponerse de pie, pero cae al suelo. Se vuelven a escuchar voces de mujeres. Una seductora escala tocada por una flauta transversal ameniza la escena.) ¿Qué son esas risas como de ninfas? ¿Acaso son bacantes o sacerdotisas de algún templo? ¡Quién sea que habite esta isla, por favor, ayúdeme! (En el fondo del escenario vemos sendas antorchas desplazarse por la floresta. Las risas de las amazonas son seductoras. La flauta transversal toca una melodía súper cachonda.) Oigo música y cantos, quizá si me acerco un poco…

Se ilumina el centro del escenario. Vemos unos jardines colgantes sobre unas columnas de mármol en medio de algo que parece un anfiteatro. Ahí es donde las amazonas bailan. Aparecen CAMILA, LESBIA y un séquito de amazonas danzando. Se oye un coro de flautas que se asemeja a los primeros compases del lado b de “Thick as a brick” de Jethro Tull. La danza la dejo al gusto del coreógrafo, pero en ella debe destacar, obvio, CAMILA, quien se ve más hermosa que en su anterior aparición, además de que, ahora, lleva una mascada atigrada alrededor de su cuello. LISANDRO ve absorto la coreografía. Una vez que termina, las amazonas están en lo suyo (ríen, juega, bailan y se coquetean las unas a las otras), sin notar la presencia del náufrago sobre ausente. Este, oculto en una penumbra, principia un soliloquio.

LISANDRO, indeciso: (Aparte.) ¡No puede ser! Debo de estar muerto y, pese a mi conducta abyecta y mi cobardía, desperté en los Campos Elíseos por misericordia de algún dios… ¡Bah! ¡Por Zeus y nuestro razonamiento helénico! ¡Esto debe ser la Isla de las Amazonas! Como evidencia tengo el hecho de que acabo de contemplar a la dueña de mi corazón. ¡Pero en qué terrible dilema me encuentro! Si ellas me ven, me mata. Y si no me ven, muero de inanición. O, todas formas, pueden matarme ellas al confundirme con alguna bestia salvaje. ¡Por Dionisio! ¿Qué debo hacer? ¡Pues también muero por verla de cerca, aunque sea sólo un segundo! ¡Que he esperado por un día como este toda la vida!

CAMILA, preocupada: ¡Silencio! Esperen… ¿Escuchan ustedes algo? (Todas niegan con la cabeza, pero se mantienen alerta.)

LISANDRO: ¡Ya sé! ¡Me fiaré de su buena voluntad! A final de cuentas tengo la conciencia limpia y, si no mal recuerdo, Camila me debe un favor. ¡Estoy en la misma situación en la que ella estuvo cuando naufragó a mi isla! Tal vez ellas me ayuden a construir un pequeño esquife con el que me pueda desplazar a alta mar para pedirle a otro trirreme que me dé un aventón. O quizás… (Hace una pose ridícula: se muerde un labio y entierra el pulgar del pie.) ¡No! ¡A dónde me llevas loca imaginación! (Empieza a reírse como imbécil.) ¡Sé que ellas matan después de amar! ¡Pero es mejor morir de amor que no haber amado nunca! ¡Por Afrodita! ¿Luciré bien? ¡Necesito un espejo! ¡Mi reino por un espejo! Bueno, lo único que hace falta es valor. Me acercaré a ella y le diré, ¡Camila! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Pero me reconocerá? Veamos, pues. ¡Intentémoslo…! (Sale tímidamente de la penumbra y, al ver de lejos a CAMILA, volverá los pasos con nerviosismo.)

CAMILA, autoritaria: ¡Definitivamente hay algo detrás de esos matorrales! ¡Lesbia!

LESBIA: (Se pone firme ante la orden y está a punto de desenvainar su espada.) ¡Señora!

CAMILA: ¡Vigila ese matorral!

LESBIA: ¡A la orden, Señora! (Y se acerca a la penumbra acompañada por otras tres amazonas armadas. LESBIA lleva una especie de cota de cuero o “armadura amazónica” similar a la de “Xena, la princesa guerrera” o a la de la “Mujer Maravilla”. LESBIA es de tez muy clara, y pese a su corpulencia y a tener un pecho amputado, es muy hermosa, sin llegar a superar a CAMILA.)

LISANDRO, muy nervioso y temblando: (Aparte.) ¡Calma, calma, Lisandro! ¡Respira hondo! ¡Respira hondo! (Respira desacompasado.) Bueno, ahora sí iré a…

(Al salir de la penumbra una vez más, las amazonas armadas, excepto LESBIA, gritan y retroceden al confundir a LISANDRO con una bestia marina. LESBIA le bloquea el paso a LISANDRO.)

LESBIA: ¡Tú no eres de aquí! ¿Verdad?

LISANDRO: ¡Oh! Disculpe las molestias. Acabo de naufragar y quisiera hablar con tu…

LESBIA: ¡No eres de aquí! ¿Qué no sabes que este territorio está vedado a los hombres?

LISANDRO: Enterado estoy de eso, ¡no estoy aquí por gusto!, pero si me permitieras hablar con…

LESBIA: (Desenvaina su espada y lo amenaza) ¡No, no te vamos a dejar pasar! ¡Largo! ¡Vete! ¡No te queremos en nuestra isla, pendejo! ¡Y si te vuelves a aparecer por aquí, irás a chingar a tu madre! ¿Entendiste?

LISANDRO, agüitado: Bien… Si usted me lo ordena… (Vuelve a entrar a la penumbra y aparte.) ¡Pero que se cree esa destetada! ¡Darme órdenes a mí, un ciudadano griego libre y noble! Sin embargo, este óbice no me detendrá para que pueda hablar con Camila. Rodearé el terreno y me acercaré a ella para que pueda reconocerme. (Sale del escenario.)

LESBIA: ¡Señora! ¡El invasor ya fue advertido! Y la próxima vez que se aparezca no tendremos piedad para con su atrevimiento.

CAMILA: Gracias, leal Lesbia. Desde lejos observé la escena y me pareció que, de entre los matorrales, se asomaba el rostro de… ¡Oh, insensato!

LESBIA: ¿Reconoce al intruso? ¿Fue acaso alguno de los que intentó deshonrrarla? Si usted me lo ordena, iré a cazarlo de inmediato para darle pronta muerte.

CAMILA: No será necesario. Si el intruso comprende que aquí no es bienvenido, regresará los pasos hasta su hogar y se olvidará de mí para siempre. Pero si insiste en su descabellado empeño, entonces… tendremos que tomarlo preso y aplicarle la pena máxima.

CORO DE AMAZONAS: ¡Sí, la pena máxima al macho opresor! ¡Nosotras somos como la hidra, si degüellan a una, aparecemos dos más! ¡Si hieren a una, hieren a todas! ¡Inclusive un machirulo como Héracles terminó sometido por la gran Onfalia! ¡Griego muerto abono pa’ mi huerto!

LESBIA: ¡Calmen su sed de sangre! ¡Si el “onvre” vuelve a aparecer, esta noche comeremos cojones de macho!

CORO DE AMAZONAS: ¡Eh, qué rico! ¡Cojones de macho!

CAMILA: Me da la impresión de que no entendieron el mensaje. Lo que Lesbia quiso decir es que primero lo castraremos y después asaremos sus testículos… No que… (Avergonzada.) Bueno… Ustedes me entienden.

CORO DE AMAZONAS, decepcionadas: ¡Aummm!

LESBIA: Además, muchas de ustedes satisficieron sus lascivos y “heteronormativos” apetitos con un etíope que secuestramos la semana pasada.

CORO DE AMAZONAS: ¡Qué le vamos a hacer! ¡Amamos el pene, odiamos a sus usuarios!

CAMILA: (Aparte y con una pose dramática y sobreactuada.) ¡Ay! ¡Pero qué vergüenza! ¡Ni siquiera Safo de Mitilene pudo resistirse a las cadenas de los hombres!

(Vuelve a aparecer LISANDRO por la izquierda del escenario. Se va acercando con parsimonia hacia donde está CAMILA.)

LISANDRO: (Aparte.) ¡Por Zeus, que esto es una insensatez! ¡Pero es que verla por un fraudulento segundo ha avivado la llama de mi amor! ¡Si muero en el acatamiento suyo, moriré feliz!

CAMILA: (Se da la vuelta y nota la presencia de LISANDRO.) ¡Ahhh! ¡Aquí está el intruso!

LISANDRO: ¡Camila! ¡No creerás lo que me ocurrió!

LESBIA: ¡El intruso conoce su nombre!

CAMILA: ¡Lo peor de todo es que no recuerdo habérselo dado! ¡Amazonas, a él! ¡Rápido!

(Un grupo de amazonas armadas lo aprehende. LESBIA vuelve a desenfundar su espada y lo amenaza con ella.)

LISANDRO, suplicante: ¡Camila! ¡Pedóname! ¡Yo!

CAMILA, autoritaria y muy violenta: ¡Cállate! ¡Sabías de sobra que no podías entrar aquí!

LISANDRO: ¡Princesa Camila!

CAMILA: ¡Desde que mi madre murió ahora soy la reina Camila!

LESBIA: ¡Dirígete a ella con la debida cortesía! (Con el mango de la espada le da un golpe en el estómago.)

LISANDRO, sin mucho aire después del golpe: ¡Ugh! ¡Su majestad! (Empieza a escupir sangre.) ¡Yo no quise naufragar a propósito en esta isla!

CAMILA: ¿Es acaso esa tu mejor excusa, intruso? ¡Este hombre me tomó prisionera en su torre e intentó seducirme!

LISANDRO: ¡Yo te socorrí cuando naufragaste a mi isla! (Vuelve a recibir un escarmiento por parte de LESBIA.)

CORO DE AMAZONAS: ¡Oh, por Deméter! ¡No!

CAMILA: ¡Me besó sin pedir mi consentimiento!

LISANDRO: Te di respiración boca a boca, ¡te estabas ahogando! (LESBIA lo agarra de las greñas y le da un rodillazo en la jeta.)

CORO DE AMAZONAS: ¡Oh, pobrecita de nuestra reina! ¡Cuánto ha sufrido!

CAMILA: ¡De no ser porque le robé un óbolo y de que pude escapar de la torre, él me hubiera violado y vendido a un lupanar!

LISANDRO: ¡Así no fue la historia y tú lo sabes!

CAMILA, violentamente sarcástica: ¡Sí! ¡Sí! ¡Ajá! ¡Lo que tú digas!

LESBIA: ¿Quiere que le dé otro escarmiento?

CAMILA: ¡Por favor!

(LESBIA le suelta un puñetazo que le baña las encías de sangre a LISANDRO.)

LISANDRO, lacrimoso: Camila… Si tanto te molesta mi presencia, te ruego que me perdones y me iré nadando de aquí cuanto antes, pero no puedes difamar y condenar a quien te auxilio, cuando lo necesitaste, sin un juicio justo.

CAMILA, fachista, furiosa, insensata, tiránica, cruel, despiadada: ¡Tú no puedes venir aquí a darme órdenes! ¡Jamás he visto tanta insolencia en este mi reino! ¿Con que autoridad vienes a pedirme clemencia siendo tu un acosador, un depravado sexual, un macho opresor, un violador en potencia, un esclavista, un pedófilo pues intentaste seducirme cuando tenía doce, y un denigrador de la mujer como griego que eres? ¿Eh?

CORO DE AMAZONAS: ¡Degenerado! ¡Pederasta! ¡Acosador! ¡Cerdo! ¡Depravado! ¡Violador en potencia! ¡Putero!

CAMILA: Aquí no hay más ley que la mía y tu atrevimiento va a ser brutalmente castigado! ¡Amazonas! (Se ponen en posición de firmes.) ¡Denle una buena calentadita! (Las amazonas se lo llevan a rastras mientras LISANDRO pide piedad. LESBIA se quiere ir con ellas, pero su reina la llama.) ¡Lesbia! ¡Tú no! ¡Ven aquí! (Se acerca a ella para abrazarla y llorar.)

LESBIA, la apapacha, aunque de una forma un tanto lasciva: ¿Tanto daño le ha causado ese infeliz? ¿Quiere que lo ejecutemos ahora mismo?

CAMILA, aún lloriqueando: No, ahora no. Primero lo mantendremos preso, pues pienso hacer el sacrificio humano más sangriento y brutal que jamás se haya visto y que sirva de amenaza ante cualquier hombre que se atreva a pisar nuestras playas.

LESBIA: Se hará lo que ordenes (La mira fijamente a los ojos, con mucha pasión, e intenta besarla, pero inmediatamente CAMILA esquiva su intento.)

CAMILA: No aquí. Luego hablamos. No olvides que en público yo soy tu reina.

LESBIA: Perdóneme, mi señora, yo no puedo controlarme cuando estoy tan cerca de usted.

CAMILA, condescendiente: (Acaricia la barbilla de LESBIA.) Lo sé, querida Lesbia, lo sé. (Se escucha el barullo de la golpiza.) ¡Suficiente por ahora! ¡Traigan al intruso ante mis pies! (Las amazonas regresan a LISANDRO hecho todo un Santo Cristo.) ¡Hemos dictaminado detenidamente tu situación: así que temo informarte que recibirás la pena máxima! Generalmente, los hombres que capturamos los usamos como machos inseminadores hasta que terminan impotentes. Pero tú no tendrás ese honor: recibirás la pena capital, que es el desollamiento, y no sólo eso, si no que te castraremos y te obligaremos a ver como asamos tus testículos. Luego te cortaremos el rabo y te lo pondremos en la boca para que tú mismo te des una felación. Podríamos hacerlo ahora mismo…, pero tuviste la suerte de que estamos celebrando las fiestas de nuestra diosa patrona Artemisa, así que tu ejecución se retrasará cinco días. ¡Cinco días en que nos aseguremos que lo pases igual que en el mismo tártaro! ¡Ahora mándenlo al calabozo!

(Se oscurece el escenario, pero antes un reflector ilumina a LISANDRO.)

LISANDRO: (Aparte.) ¡Quién haya imaginado, alguna vez, estar en una isla rodeado de mujeres, temo decirle que desconoce lo que le espera!

(Telón.)

La amazona confusa (4/8)

ulises y las sirenas

Escena cuarta

Se abre telón y vemos el trirreme en donde está navegando muellemente LISANDRO, a quien el viaje no le ha sentado muy bien que digamos, y que se encuentra dándole la espalda al público, con los brazos apoyados en la baranda y haciendo ruidos de que está regurgitando. Hace, por el momento, buen tiempo: las velas están tan hinchadas que parecen embarazadas y a punto de parir, y el horizonte se ve luminoso, despejado y esperanzador. Se escucha una música movida y alegre, que incite a la aventura1. Luego salen a la cubierta, abriendo una escotilla, el capitán ÁNTRAX y su grumete NÉSTOR. El capitán ÁNTRAX es un hombre esbelto y respetable de mediana edad que siempre camina con los brazos en la espalda y, aunque la prenda sea anacrónica y él lleve toga, está tocado por un gorro moderno de capitán de barco. El grumete parece ser un mozuelo servicial. Escuchamos, también, cómo las olas se rompen en la proa y los graznidos de las gaviotas. Los remeros de las galeras, a causa del buen viento, han dejado de faenar.

ÁNTRAX: (Respira hondo y exhala.) ¡Oh Poseidón! ¡Qué magnifico clima nos haz dado el día de hoy para este viaje! ¡Si esto sigue así llegaremos en un santiamén a Baratariópolis! ¡Mejor imposible! ¿No te lo parece a ti, querido Néstor?

NÉSTOR: Ciertamente, capitán.

(ÁNTRAX y NÉSTOR caminan hacia la popa. ÁNTRAX pone un pie en la orilla de la popa y, con una mano, hace de visera para que pueda aguzar la vista.)

ÁNTRAX: (Mirando atentamente hacia la izquierda.) Hemos ganado tan buena velocidad, que el puerto de Cretinópolis ya no se puede ver.

NÉSTOR: Debemos estar viajando como a quince nudos, capitán.

ÁNTRAX: Creo que tu tanteo es muy aproximado, Néstor. Sigue así y llegarás a oficial muy pronto.

(ÁNTRAX recupera su posición habitual y camina de un lado a otro a capricho mientras NÉSTOR lo sigue siempre detrás de él.)

ÁNTRAX: ¿Tenemos provisiones?

NÉSTOR: Tenemos de sobra, capitán.

ÁNTRAX: ¿Nuestros remeros tuvieron su ración de sopa?

NÉSTOR: Comen mejor que mi perro, capitán.

ÁNTRAX: ¿Y cómo se encuentran nuestros pasajeros?

NÉSTOR: (Señala hacia donde está LISANDRO.) Contemplando el paisaje, capitán.

ÁNTRAX: (Se acerca a LISANDRO.) ¡Vamos, joven! ¡Es imposible que alguien se enferme cuando tenemos viento en popa! ¡Ánimo! ¡Que en menos de lo que se dice llegaremos hacia nuestro destino! (Y palmea en la espalda a LISANDRO.)

LISANDRO se voltea y se sienta en la cubierta, pero los brazos siguen apoyados en la baranda. Intenta controlar su mareo lo mejor que puede.

LISANDRO: (Muy mareado y desgastado, como si acabara de parir.) Gracias… por darme tan… buenas noticias… capitán Ántrax.

ÁNTRAX: ¡Póngase de pie y aspire el aire fresco! ¡Verá como así recupera pronto la salud! ¡Néstor, ayúdeme a levantar al joven!

NÉSTOR: A la orden, capitán.

LISANDRO: ¿No podrían dejarme… (Aspira.) unos cinco minutitos… (Aspira.) más así?

ÁNTRAX: A la cuenta de tres lo levantamos.

LISANDRO: Así estoy bien… gracias…

ÁNTRAX: ¡Una!

LISANDRO: ¿No tienen un poco de eléboro?

ÁNTRAX: ¡Dos!

LISANDRO: ¿Puedo hacer mi testamento ahora?

ÁNTRAX: ¡Tres! (Entre los dos ayudan a LISANDRO a ponerse de pie. LISANDRO ahora se apoya en los hombros de ÁNTRAX y NÉSTOR.) ¿No se siente mejor ahora?

LISANDRO: (Menea la cabeza antes de contestar.) He vomitado tanto que siento que deseché mi alma como ofrenda a Poseidón.

ÁNTRAX: ¡Ese es el espíritu!

LISANDRO: (Se queda viendo detenidamente hacia el público antes de preguntar.) Esperen… ¿qué isla es aquella que se ve a lo lejos?

ÁNTRAX: Esa, amigo, es la famosa isla de las amazonas.

LISANDRO: (Recupera de improviso la salud y se pone de pie por sí mismo) ¡En serio! ¿Esa es? ¿Me lo jura?

ÁNTRAX: (Ríe.) Ya veo que lo mejoran las historias. Pues déjeme decirle que hace tres años sucedió en esta embarcación un hecho increíble. Uno de los pasajeros, que iba muy bien disfrazado, resultó ser una mujer y saltó por la borda para dirigirse a esa misma isla.

LISANDRO: (Sorprendido.) ¿De verdad? ¿Y era bonita?

ÁNTRAX: (Muy pensativo.) Ahora que usted lo menciona…

LISANDRO: (Emocionado, tanto que empieza a agarrar por la toga al capitán.) ¿No era acaso más que hermosa? ¿No debió acaso lucir como una estatua viviente? ¿No era la representación viva de una diosa?

ÁNTRAX: Bueno, como marinero he visto mujeres hermosas en cada puerto que visito. Pero, ya haciendo memoria…, creo que ella fácilmente estaría presidiendo un ranking top, si usted me entiende.

LISANDRO: (Ríe y actúa un poco loco) ¡Era ella! ¡Ella era! (Saluda hacia el público.) ¡Saludos te manda tu Lisandro, hermosa y nunca olvidada Camila!

ÁNTRAX: (Incrédulo.) ¿Pero acaso usted la conocía?

LISANDRO: (Apenado.) Es algo muy difícil de explicar.

ÁNTRAX: (Ríe) No tiene nada que explicar, muchacho. En fin. ¡Néstor! Trae el lechoncito para el sacrificio.

NÉSTOR: ¡A la orden, capitán! (Y sale del escenario entrando por la escotilla.)

ÁNTRAX: Como responsable de esta embarcación, yo, el capitán Ántrax (saca una daga de su cintillo), tengo la obligación de hacer un sacrificio ritual en loor a Poseidón. Así que, si hay animalistas dentro del público, temo decirles que no hay rembolsos y que tendrán que observar la crueldad pagana en vivo y a todo color. Pueden cerrar los ojos, pero eso no impedirá que escuchen los relinchos de dolor de la bestia. Haré lo posible porque no sufra, pero también es cierto que al dios del mar le encanta el sufrimiento y el derramamiento de sangre. [No sé de qué se sorprenden: sus ancestros preferían sacrificar humanos y comérselos. ¡Cosas de bárbaros!]2 ¡Hay que ser agradecidos con la deidad por este buen tiempo y no podemos demorar un minuto más el sacrificio!

(NÉSTOR abre la escotilla y aparece con un muy tierno lechoncito.)

NÉSTOR: Aquí está el lechoncito: listo para ser inmolado para los dioses, capitán.

ÁNTRAX: (Mirando hacia el cielo y alzando los brazos.) ¡Que sea haga la voluntad de Poseidón! (Sostiene con fuerza la daga y se acerca al lechón pero se detiene. Lo mira con ternura.) ¡Pero qué vil espíritu tiene esta ternurita! (El lechón relincha.) ¡Su inocencia y gracia a conmovido mi corazón! ¡Néstor! ¿No tenemos otro animal que podamos sacrificar?

NÉSTOR: Fue el único animal que nos llevamos, capitán.

ÁNTRAX: ¡Por Héracles! ¡Entonces no hay otra opción! ¡Yo…! (Intenta realizar el sacrificio y cierra los ojos antes de clavar el cuchillo. Pero no puede consumarlo, así que, furioso, tira la daga.) ¡No puedo! ¡No puedo! ¡En más de treinta años de servicio soy incapaz de matar a un lechoncito! ¡Confío en la misericordia de nuestro dios y en que obviará, por esta vez, el debido protocolo de adoración que se le debe! (ÁNTRAX abraza al lechón y lo carga con sus brazos y comienza a mimarlo.)

(LISANDRO se hinca y comienza a llorar.)

ÁNTRAX: ¿Pero que pasa, muchacho? ¿Tanto te conmovió mi compasión y piedad para con el lechón?

LISANDRO: No es eso, capitán. Es que el recuerdo de tiempos más felices ha hecho que ahora esté enfermo de tristeza.

ÁNTRAX: No se diga más. No hay nada que no cure una buena copa de vino. Venga, acompáñenos. (Se van todos por la escotilla. LISANDRO se marcha sin dejar de ver con melancolía, durante su trayecto, hacia el público. Perdemos de vista el barco. El escenario se oscurece de forma ominosa. Se escuchan truenos y relámpagos. Aparece POSEIDÓN furioso y con cara de perro. Lleva un tridente con una mano y una red de pescar con la otra, y como ahora está de moda Aquaman, que su aspecto se asemeje al de él.)

POSEIDÓN, iracundo: ¿Quién ha sido el insensato que no me rindió la debida pleitesía que merezco como deidad todo poderosa de los mares? ¿Qué mal te hice yo, tu padre Poseidón, a quién le debes rendir tributo, sin importar las condiciones? ¿No te fui siempre bondadoso y complaciente y, cuando hacia mal clima, lo atenuaba y dejaba que un arcoíris te indicara el camino a buen puerto? ¡Siente, entonces, el poder de la inmisericorde furia de un dios celoso al que se le negó la sangre de un lechón! ¡Tritón! ¡Ven aquí, muchacho! ¡Que juntos le daremos el debido escarmiento a ese capitán de agua dulce! ¡Tritón! ¡Que vengas te digo, te lo ordena tu señor padre! ¡Tritón! ¿Dónde estará mi muchacho?

(Entra TEZCATLIPOCA por el lado contrario, va jadeando de cansancio, pero, ante POSEIDÓN, se pone en posición de firmes y le regala un saludo marcial. Lleva un bolígrafo en medio de la oreja.)

TEZCATLIPOCA, solícito: ¿Qué es lo que manda su mercé, siñor Putón, digo Plutón, digo Poseidón?

POSEIDÓN: ¿Se puede saber quién es usted y qué hace suplantando a mi hijo?

TEZCATLIPOCA: ¡Soy Tezcatlipoca, alias el señor del espejo humeante, alias el Quetzalcóatl negro, alias el terror de Ecatepec! Y soy parte del programa de intercambio de deidades, ¿quiere que le enseñe mi credencial de becario del FONCA, patrón?

POSEIDÓN: Es tanta mi rabia que pasaré por alto esta contrariedad. ¡Tú, como te llames!

TEZCATLIPOCA: ¿Quihubo, patrón? ¿Todavía que no se aprende asté mi nombre, ‘ora me trata de tú? ¿Dónde está el respeto?

POSEIDÓN: ¡A callar!

TEZCATLIPOCA, indignado: Ya pues…

POSEIDÓN: ¡Corre, ve y dile a mi hermano Zeus que juntos haremos una tempestad como las que tanto nos gustan! ¡Él soltará rayos y centellas, mientras yo enturbiaré y encresparé el mar! ¡Ya verás qué bonito espectáculo les daremos a esos imbéciles!

TEZCATLIPOCA: ¿No quiere que, mejor, les hable a unos carnales de mi barrio que se hacen llamar los tlaloques? ¡Me cai que en un tris tras los desvalijamos de volada a esos culeros, patroncito! ¡Van a soltar hasta los pinches tenis! ¡Se lo juro por esta! (Por estúpido que parezca, besa la señal de la cruz.)

POSEIDÓN, autoritario: ¡Haz lo que se te ordena! ¡Y no demores ni un minuto más!

TEZCATLIPOCA: (Vuelve a ponerse en firmes y a hacer el saludo marcial.) ¡A la orden, patroncito! ¡Daré una vuelta completa al mundo de un chingadazo! (Hace como que se va, pero de inmediato vuelve.) ¿Y en dóndi vive el carnal de su mercé?

POSEIDÓN: ¡Ah, cómo… ! ¡Tú ve al monte Olimpo y pide cita para ver a mi hermano!

TEZCATLIPOCA: (Toma su bolígrafo y saca un bloc de notas de su taparrabos.) ¿Y en que calle queda el monte Olimpo?

POSEIDÓN: Entre los campos Elíseos y el Parnaso. Pasando el doceavo santuario: de referencia está la estatua de Atenea. La residencia no tiene número.

TEZCATLIPOCA: Entendido, patrón. Con eso ya estuvo. (Se va.)

POSEIDÓN: ¡Nadie se escapa de la furia de Poseidón! (El escenario se oscurece poco a poco. POSEIDÓN se irá una vez que todo esté totalmente oscuro. Se comienzan a escuchar los rayos y truenos de una gran tempestad. Cuando vuelva a aparecer el trirreme en el escenario, la iluminación debe ser tenue y azulada para que se resalten los destellos de los rayos. El trirreme es mecido de forma inmisericorde por las olas, tanto que parecerá una de esas atracciones de feria que se balancean de un lado a otro. Aparecen sobre la cubierta LISANDRO, ÁNTRAX y NÉSTOR. LISANDRO se sujeta al palo más alto mientras los demás reciben la tormenta con estoicismo y dignidad.)

ÁNTRAX, arrodillado y suplicando con los brazos extendidos: ¿A qué viene esta repentina tempestad, dioses inmisericordes, después de unas condiciones insuperables y justo cuando ya divisábamos el horizonte de nuestro destino?

NÉSTOR: ¿No ha escuchado, capitán, hablar sobre el cambio climático? ¡Tal vez se trata de eso!

ÁNTRAX: ¡Patrañas de panteístas misántropos! ¡Los dioses sencillamente nos odian!

LISANDRO, cagándose de miedo: ¡Capitán! ¡Tal vez las deidades nos socorran si les rendimos un sacrificio!

ÁNTRAX: ¡Jamás! (Irrumpe un relámpago.) ¡Un marino de verdad desafía todos los obstáculos que se le presenten, aunque sean los mismo dioses los que se interpongan! ¡No daré mi brazo a torcer ni les entregaré a mi cerdito! ¡Rápido! ¡Icen las velas! ¡Que los galeotes se deshagan los brazos remando! ¡Azótenlos si es necesario! (Se escuchan unos latigazos y unos quejidos, algo desganados, de dolor.) ¡Vamos a todo babor! ¡Ahora estribor!

NÉSTOR: ¡Capitán! ¡La colisión contra esa gran roca es inminente! ¡Ninguna maniobra nos salvará!

ÁNTRAX: ¡Como responsable del S.S. “Pequeño Ícaro”, mi embarcación se convertirá en mi propia tumba! ¡Que se haga la voluntad de los dioses! (Se desgarra la toga.)

(Oscuridad total. Luego el reflector apunta su haz de luz solamente a LISANDRO. Se escucha una versión instrumental de “Goodbye, cruel world” de Pink Floyd)

LISANDRO: ¡Creo que se avecina mi fin y, por lo tanto, el de esta obra! ¡Sólo me resta decirle adiós a este mundo cruel, que me negó el amor y la oportunidad de servir a mi padre con eficiencia! ¡Adiós, respetable público! ¡Adiós tablas y una promisoria carrera dramática! ¡Adiós!

(Oscuridad total. Escuchamos una enorme colisión. Se cierra el telón, pero ATENEA aparece para darnos un aviso. La ilumina un reflector.)

ATENEA: ¡Pero qué rápido pierden las esperanzas los mortales! ¡Pero no se preocupen por Lisandro, les aseguro que él estará bien! ¡Aún queda un poco más de obra que representar! Así que, mientras el naufraga, ¿por qué no estiran las piernas un rato y van al bar del teatro a hacer una libación por la salvación de Lisandro? ¡Baco y el gerente del teatro se los agradecerán! ¡Regresamos en breve!3

(Atenea sale metiéndose por el telón.)

1N. del A. Se sugiere algo que suene al bajeo de “Rio” de Duran Duran.

2N. del A. Lo que está en corchetes es opcional.

3N. del A.: Se sugiere que aquí se haga el intermedio.

La amazona confusa (3/8)

Jean-Léon_Gérôme_-_Diogenes_-_Walters_37131

Escena tercera

Bajo el telón cerrado, se escucha la Anakrousis (El coro de Orestes de Eurípides) mientras el carro de la diosa ATENEA es jalado por el coro. Antes de que lleguen al centro del escenario, deben verse como débiles siluetas. El carro no tiene nada de solemne y es, en realidad, uno de esos vagoncitos que usaban los niños para transportar sus juguetes (si rechina, mejor). Una vez que la diosa esté ubicada en el centro, un reflector la iluminará solo a ella. ATENEA aparece representada como una muchacha muy bella, pero demasiado seria y fría, con un porte como de institutriz o bibliotecaria. Lleva un imponente casco, que le queda grande, y sostiene con una mano una enorme rodela y, con la otra, una alabarda. El coro se ubica, con solemnidad, detrás de ella.

ATENEA: ¡Heme aquí! ¡Yo! ¡Atenea! ¡Diosa de la sabiduría, la justicia y la civilización! ¡También conocida como: “la tipa que sale en el escudo de la facultad de filosofía y letras”!

EL CORO: ¡Salve la invicta diosa y su ejército de desempleados!

ATENEA: Y estoy aquí para contar lo que sucedió después de los hechos ocurridos en la última escena. Como ustedes podrán imaginar, la amazona Camila logró llegar sana y salva a la isla. Todos los pasajeros del trirreme quedaron absortos al ver la súbita metamorfosis que presenciaron, pues, el que creían que era un griego barbón cualquiera, al desprenderse de su artificial capullo, dejó ver el cuerpo desnudo de la doncella más sublime que habían visto. Y ella se tiró al agua y nadó hasta llegar a su querida isla, donde fue muy bien recibida por su mamá y sus hermanas, que, dicho sea de paso, estaban muy preocupadas. Entretanto, Lisandro quedó marcado por el indeleble recuerdo de su adorada amazona, y luego de tres años, hizo su vida, si es que a hacer nada se le pude llamar “vivir”, sin que pasara un solo día sin añorarla. Lo más interesante que le sucedió durante ese tiempo fue que vio una nube con forma de oveja y que la tragedia que escribió, “La víspera de la amazona”, fue considerado el peor drama romántico representado ese año. ¡Pero la vida continúa! Y durante las elecciones para el cargo de estratego, en donde su padre, Estrabón, buscaba la reelección, sucedió un hecho que cambiaría su vida para siempre. Me retiro, no sin antes decirles que busquen el conocimiento y la sabiduría, y que no se dejen engatusar por los espejismos y superfluos placeres de mi nefasta hermana Afrodita.

EL CORO: ¡Se retira en su glorioso carro la siempre razonable Atenea!

(Antes de retirarse, es interrumpida)

TEZCATLIPOCA, fuera del escenario y hablando cantado: Tssss, mamacita chula, ¿por qué tanta prisa? Por qué no, mejor, armamos una barbacoa. Tú pones el hoyo y yo el animal.

ATENEA, toda roja y muy ofendida: ¡Quién osa expresarse así en mi presencia!

(Entra la deidad prehispánica TEZCATLIPOCA. Está tocado con un penacho, del cuerpo va todo pintarrajeado y sólo viste un taparrabos y huaraches. Tiene tanto pinta de intelectual proletario como de lumpen mexicano. Habla con acento de mercante de la Merced o de Tepito.)

TEZCATLIPOCA: Yo merengues, Tezcatlipoca, el terror de Ecatepec, y ando buscando a un “siñor” que me dicen que es bien putón.

ATENEA, furiosa: ¡No sé de qué me está hablando, majadero, y le suplico que se aleje de mí, sino quiere que mi señor padre, Zeus, le parta el cráneo con un rayo!

TEZCATLIPOCA: ¡Uy! ¡No te me alebrestes reinita! ¡Que seré barrio, pero no es pa’ que me discriminen los dioses del Olimpo! (Chasquea los dedos y se acerca a ella.) ¡Ya sé quién eres! ¡Tú debes ser la “Atenena”! ¿No? ¡Pus a mí se me hace que ese “Zius” se la pela a mi valedor el Tláloc!

ATENEA, sigue furiosa: ¡No toleraré más ofensas! ¡Coro! ¡Jalen mi carro para que no vea más a este… (Al no hallar una palabra precisa hace un aspaviento o algo que denote asco.), ah!

EL CORO: ¡A la orden! (Comienzan a jalar, como pueden, el carrito.)

TEZCATLIPOCA: ¡Pérate, mi vida! ¡Aguanta vara! ¿No me vas a dar un “ray”?

ATENEA: ¡Largo de aquí! (El carro se detiene. ATENEA lo amenaza con la alabarda.)

TEZCATLIPOCA: ¡Uy! ¡Si yo no más quería saber en “dondi” podía encontrar al “siñor” putón!

ATENEA: ¡Querrás decir “Plutón”!

TEZCATLIPOCA: No, no es ese “síñor” al que busco, chale, ¿cómo se llamaba? (Saca un papelote de su taparrabos.) ¡Ah! ¡Poseidón!

ATENEA, señala al público: ¡Vaya para ese lado! ¡Ahí le darán informes!

TEZCATLIPOCA: ¡Gracias, chatita! (Se va. ATENEA hace un mohín. El carro se marcha con parsimonia. Salen.)

Se abre el telón. Es de día. Vemos de fondo una polis griega llena de columnas, estatuas y comercios. Sobre una roca se encuentra sentada ARIADNA, la esposa de ESTRABÓN, ejercitándose con una pesa. Es una señora espartana musculosa, ya entrada en años, no muy agradable a la vista y de voz atiplada. Por un lado entra ESTRABÓN, un solemne hombre de alrededor de cincuenta años, calvo de la frente, cargado de vientre, y con los cabellos argentados así como su hirsuta barba. Luce cansado de la vida. Detrás de ESTRABÓN aparecen MICENEO y PÁNFILO, dos esclavos de aspecto genérico.

ESTRABÓN: ¡Por Zeus! ¡Qué aciagos momentos vivo! ¡No sólo estoy a punto de perder mi cargo por culpa de un demagogo! ¡Sino que mi hijo, desde el misterioso incidente de la nave sin tripulantes, se ha vuelto más meditabundo y pusilánime que de costumbre!

MICENEO: (Desenrollando un enorme papiro.) Por las elecciones no debe preocuparse el señor. Sí, es cierto que las encuestas señalan como posible ganador al general Lico, ¿pero cuándo han dicho verdad las encuestas? Son tan vagas y poco precisas como el oráculo de Delfos o la hieroscopia. No se preocupe, señor, si gana hoy el debate en el ágora, tendrá el cargo de estratego en el bolsillo.

PÁNFILO: ¡Pero el asunto del joven Lisandro no tiene remedio! Comparado con eso, los trabajos del gran Heracles son un churro.

ESTRABÓN: ¡Se me cae la cara de vergüenza cada vez que me cuenta la inverosímil historia de la amazona que rescató en el naufragio!

ARIADNA, con voz chillona, mohína y aún ejercitándose: ¡Te dije que lo casáramos con una de mis sobrinas!

MICENEO: (A ESTRABÓN y cuchicheando.) Señor, ¿es necesario que su mujer lo acompañe a todos lados?

PÁNFILO: (A su amo y cuchicheando también.) Ciertamente, señor, eso puede afectarle en la popularidad.

ESTRABÓN: (A ambos) ¡Miceneo! ¡Pánfilo! ¡Callen! Que si no la dejo hacer su voluntad, luego es a mí a quien le llueven los palos.

ARIADNA, no deja de ejercitarse: ¡De qué hablan!

ESTRABÓN: Decíamos, cariño, que la idea del matrimonio arreglado era una espléndida idea. Lástima que, el día de la boda, tu sobrina prefirió huir antes con un bárbaro que casarse con mi hijo.

ARIADNA, sigue en lo suyo: ¡Ah! ¡Es cierto! (Y escupe en el suelo o en una escupidera, me da igual.)

ESTRABÓN: (Aparte.) Aunque, siendo honestos, eso no me causa tanta desdicha, ¡la chica era tan fea como pegarle a un dios! (A sus esclavos.) ¡Pero qué desdichado soy al tener como hijo único a un inútil! ¿Qué extraño ritual me comentabas que hacía mi hijo en las noches, Miceneo?

MICENEO: Todas las noches lo veo olfateando y acariciando un vestido de mujer que quién sabe de dónde lo sacó.

ESTRABÓN: ¿Y tú, Pánfilo?

PÁNFILO: Yo lo sorprendí vestido con aquella prenda mientras se abrazaba. Me dijo que “no era lo que parecía”.

ESTRABÓN: ¡Oh miserable fruto de mis entrañas y fin de mi estirpe! ¿En esos malos pasos andas?

MICENEO: (A PÁNFILO) Espera… ¿No los hombres libres son más tolerantes con este tipo de cosas?

PÁNFILO: Los griegos serán todo lo que tú quieras, Miceneo. Pero para ellos el matrimonio es, siempre, entre un hombre y una mujer. ¡Hay que ver lo claro que tienen algunas cosas!

MICENEO: Pero si son tan machos como tu dices, ¿por qué tienen mitos como el de Tiresias, el de Hermafrodito y el de Ganímedes?

PÁNFILO: ¡Vamos! ¡Ni siquiera ellos se toman en serio sus propias creencias!

ESTRABÓN: ¡Dejen de cuchichear, que ahí viene don Demóstenes en compañía de mi rival.

Entran DEMÓSTENES y LICO. LICO es un anciano que, pese a su edad y a sus canas, luce un poco joven por su barba lampiña y su peinado de casquete corto. Su rostro de prócer afable siempre está sonriente, aunque no haya nada de qué reírse. Habla con una desesperante e insolente parsimonia.

DEMÓSTENES: Estrabón, ya está todo listo para el debate. ¿Procedemos?

ESTRABÓN: (Suspira.) A mal paso hay que darle prisa, ¡empecemos, pues!

Los tramoyistas (no importa que se vea esto muy obvio o falso) traen dos púlpitos que ubican en los extremos opuestos del escenario. Para mayor simbolismo, ubicar a LICO en el púlpito de la izquierda. EL POPULACHO puede estar dentro o fuera del escenario, eso dependerá del gusto del director, de todas formas, voy a marcar sus intervenciones. DEMÓSTENES, como moderador, se ubicará en el centro.

DEMÓSTENES: Bien. El primer punto que quisiera plantear, y hablo por mí, y por todos los ciudadanos de Cretinópolis, es el asunto de la paz. ¿Qué piensa sobre ella, candidato Estrabón?

ESTRABÓN: Pienso que es indispensable, para cualquier polis, mantener la paz con Atenas, Esparta, y las otras ciudades con las que compartimos lengua y costumbres. No tenemos necesidad de declarar la guerra. Con todos nuestros vecinos nos llevamos bien y, como hombre conservador que soy, hasta me casé con una lacedemonia para mantener la paz. (EL POPULACHO danza, murmura y ríe ante la intervención de ESTRABÓN.)

DEMÓSTENES: ¿Y usted qué tiene que decirnos, candidato Lico?

LICO: Yo… pienso… que… (se toma una breve pausa y ríe, naturalmente) debemos declararle la guerra… a la paz misma.

EL POPULACHO: ¡Viva el candidato Lico, la esperanza de Cretinópolis! (Se hondean banderines y se echa confeti.) ¡Estamos hartos de la paz, queremos una nueva guerra como la de Troya! ¡La paz es aburrida, queremos acción, viva Lico! (Aplauden.)

ESTRABÓN: ¿Están acaso dementes? ¡Este hombre perdió dos importantes batallas! ¡Casi nos volvemos una colonia bárbara por su culpa!

EL POPULACHO: ¡Pero perdió esas batallas con honestidad! ¡Y no olviden que huyó valientemente de ellas! ¡Qué grande es el general Lico, es un honor estar con él!

LICO: La paz… no sirve… para el proyecto de nación… que tengo yo… Necesitamos… más recursos… para nuestra… República…

ESTRABÓN: ¿De qué habla usted? ¿Piensa acaso volver a Cretinópolis una satrapía?

LICO: (Niega ridículamente con el dedo.) Por Moloch Baal juro que no.

ESTRABÓN: (Indignado.) ¿Acaso no lo ven? ¡Incluso adora a dioses extranjeros!

EL POPULACHO: (Abucheando y tirándole una ofrenda de tomates y de cualquier cosa arrojadiza a ESTRABÓN, quien esquiva los proyectiles como puede.) ¡Buuuu! ¡El candidato Lico es un hombre incluyente! ¡Estoy aburrido de los viejos dioses, quiero nuevos ídolos! ¡Eso se llama discriminación, Estrabón! ¡Es un honor estar con Lico!

LICO: (Tranquilo. Condescendiente.) Ay Estrabón… Huevón… “Canallón” (sic)… Nuestro… movimiento… triunfará… No sólo… le declaré la guerra a la paz… sino que… también… le declararé… la guerra… a mi archienemigo… Hades… Por secuestrar… a la sin par… Perséfone…

ESTRABÓN: (Incrédulo.) ¡¿Qué?!

EL POPULACHO: ¡Qué gran idea Lico! ¡Te seguiremos hasta el Olimpo, hasta el tártaro si es necesario!

LICO, ligeramente apasionado, sin exagerar: ¡Mandáremos una carta a los troyanos… para que se disculpen… con los dánaos… por el rapto de Helena!

ESTRABÓN: ¡Troya ya ni siquiera existe! ¿A quién se la va a mandar? ¿A los persas?

(EL POPULACHO sigue lanzando loas a LICO)

LICO: ¡También liberaremos… a Prometeo… de su eterno suplicio que recibió… por darnos el fuego!

(EL POPULACHO vitorea.)

ESTRABÓN: ¿Es que ni siquiera sabe usted cómo van los mitos? ¡Prometeo fue liberado por Heracles!

LICO: ¡Entonces… que nos rinda cuentas… Pandora… por todos lo males que liberó!

EL POPULACHO: ¡Viva el candidato Lico, que nos llena de esperanza!

ESTRABÓN: (Aparte.) ¡Estamos perdidos, esto es peor que el mito de Leda: Cretinópolis sería Leda y el ganso… ya saben quién! (oculta el rostro en el púlpito.)

DEMÓSTENES: (A ESTRABÓN) Si esto continúa así nos la va a meter torcida… Perdón, quise decir, que vamos a tener unas elecciones torcidas.

LICO: Yo prometo…, ¡promesas!

(EL POPULACHO lo alaba.)

LICO: Nada sobre la ley… todo sobre ella…

(EL POPULACHO lo aclama)

LICO: ¡Hasta la victoria siempre!

(EL POPULACHO, le aplaude, lo carga en hombros y se lo lleva. Salen del escenario. Los tramoyistas se llevan los púlpitos.)

ESTRABÓN, desolado: (Aparte.) ¡Ahora entiendo porqué el bueno de Sócrates tenía tan mala opinión de la democracia! ¡Es, en pocas palabras, dejar el gobierno en manos de descerebrados!

DEMÓSTENES: No te preocupes, compañero, el candidato Lico sólo es popular con los esclavos, las mujeres y los niños, ¡justamente la población que no puede votar!

ESTRABÓN: Pero también lo es con los mentecatos libres, como mi hijo. ¡El parásito que críe es capaz de votar en contra de su propio padre!

ARIADNA, hasta ahora no ha parado de ejercitarse: ¿Y por qué no lo mandas a hacer un encargo durante el día de las elecciones?

ESTRABÓN: ¡Excelente idea, mujer! ¡Un voto menos contra Lico es de mucha ayuda! ¡Al menos no veré a mi hijo haciendo el ridículo cuando pierda!¡Miceneo, Pánfilo!

MICENEO y PÁNFILO: ¡Señor!

ESTRABÓN: ¿Alguno de ustedes sabe dónde está mi hijo?

MICENEO: Debe estar con su maestro Diógenes, el filósofo cínico que vino de paso.

PÁNFILO: O contemplando las nubes.

ESTRABÓN: ¡Malditos filósofos que les gusta corromper y pudrir a la juventud! ¿De qué sirve la filosofía cuando hay una guerra, una sequía o una pandemia? ¿Resolverán los problemas diplomáticos con silogismos? ¿Solucionarán la hambruna señalando falacias lógicas? ¿Curarán alguna dolencia declarando la muerte de la medicina, y si no hay médicos, ¡claro!, desaparecerán los enfermedades por antonomasia? ¡Platón se equivocaba: deberían ser desterrados los filósofos de la República, no los poetas! ¡En fin! ¡Miceneo, Pánfilo!

MICENEO y PÁNFILO: ¡Señor!

ESTRABÓN: ¡Busquen a mi hijo y díganle que vaya al puerto y tome un trirreme a la isla de Baratariópolis para que me compre un kilo de higos, un kilo de dátiles y que vaya a purificarse a todos los templos! Considero que eso lo mantendrá ocupado por dos días. ¿Entendieron?

MICENEO y PÁNFILO: ¡A la orden, señor!

(Salen todos. Los tramoyistas transportan un enorme tonel hasta el centro del escenario. Aparece un vendedor de gyros que pregona con mucho ahínco su producto.)

DIÓGENES, fuera del escenario: Y le dije al gilipollas ese, ¡apartaos que me quitáis el sol y se me congelan los cojones, cuñao!

LISANDRO, fuera del escenario: ¡Sublime, maestro!

(Aparece, sorpresivamente y de un salto, DIÓGENES, en compañía de LISANDRO y una comitiva de perros. DIÓGENES es un hombre decrepito, que tiene más apariencia de sátiro que de hombre y que, por alguna extraña razón, habla como un hiperbólico andaluz. Porta en una mano un bastón y en la otra una lámpara.)

DIÓGENES: ¡Hubierais visto la cara que puso el maricón!

LISANDRO: ¿Y también dice usted que conoció a Platón?

DIÓGENES: Sí, el tío estaba en una plaza pública, jodiendo con no sé cuántas pavadas de que el hombre era un ave desplumada; cuando a mí, el gran Diógenes, se me ocurrió ir a por una gallina para desplumarla y mostrarles, a todos los presentes, que ahí iba el hombre de Platón. ¡Menuda sorpresa se llevó el cabrón pijo ese!

LISANDRO: ¡Genial! ¡Lo puso usted en su lugar!

VENDEDOR: ¡Lleve lleve sus gyros!

DIÓGENES: (Tocando con su bastón a LISANDRO) Ea, chaval, invitadme un gyro.

LISANDRO: Maestro, ando corto de fondos…

DIÓGENES: ¡Vaya por Zeus! ¿Y tú te crees que enseño filosofía por estos mundo por puro altruismo? ¡Qué poca vergüenza tienes, de verdad!

LISANDRO: Bueno, maestro. Veré si me alcanza para uno.

DIÓGENES: Que sean dos. Uno lo repartiré con mis perros.

LISANDRO: (Aparte) ¡Vaya! ¡Limosnero y con garrote nos salió el tal Diógenes!

DIÓGENES: ¿Qué dijiste, maricón?

LISANDRO: Que si también los va a querer con salsa.

DIÓGENES: Sí, de la que pique más.

(Le compra sus gyros al vendedor. Éste se va contento. LISANDRO le da sus gyros a su maestro. DIÓGENES se sienta adentro de su barril para comerse el suyo. Los perros arman alboroto alrededor de él.)

LISANDRO: (Tocando la superficie del tonel.) Maestro, ¿por qué vive en un tonel?

DIÓGENES: (Hablando con la boca llena.) Me recuerda a mi última mujer. ¿Y tú acaso no tienes esposa o una querida? ¿O eres de esos a los que les gusta que le den por culo?

LISANDRO: (Algo dramático y sobreactuado.) ¡Oh, maestro! ¡Por eso mismo me refugio en la filosofía! ¡Que tengo un amor que me es imposible consumar! ¡Que me enamoré de una de esas amazonas y, si algún día la visito, mi integridad física y mi vida se verán seriamente comprometidas!

DIÓGENES: (De pie) ¡Me cago en el trono de Zeus! ¡Estáis hecho un verdadero capullo! ¿Cómo es que tú terminaste enamorado de una de esas?

LISANDRO: Largo y complicado es de explicar, además de que, si lo hago, temo que el público se aburra.

DIÓGENES: ¡Ja! ¡Eso no me lo esperaba! ¡Menudos gustos tienes, tío! ¿Cuándo entenderá la gente que el amor es un pasatiempo para gente ociosa? ¡Concentraos en la filosofía y déjate de pajas, hombre! Eso me recuerda cierta ocasión en que me hice una gayola en público en el ágora. (Hace el ademán de hacerse una.) Les dije a todos los presentes que, si pudiéramos sobarnos la panza para quedar satisfechos, otro gayo nos cantaría.

LISANDRO: Pero maestro, esto no se soluciona con un mero consuelo fisiológico; que yo estoy perdidamente enamorado de ella, ¡y sólo bastó con que la viera en una fraudulenta noche! Después de presenciar algo tan sublime, todo se reduce a nada en comparación a esa enemiga de mi descanso… y de la sociedad heteropatriarcal, sea lo que eso signifique.

DIÓGENES, sorpresivamente solemne, tanto, que deja de cecear como andaluz: Oh, querido discípulo, ¿tan malamente te ha castigado el amor? Verás… Una mujer bella arroja una luz que capta nuestra atención a fijarnos en su interior, en su alma. Y, si el alma está igual de iluminada, caeremos en las redes del amor.

LISANDRO, conmovido: ¡Qué hermosas palabras, maestro! ¿Son de usted?

DIÓGENES, vuelve a ser él: (Le da un golpe en la cabeza a LISANDRO con su bastón y éste exclama un ¡auch!. El golpe debe sonar a hueco.) ¡Joder, macho! ¡Claro que no! ¡La frase se la plagié al imbécil de Sócrates! (Hace una extraña mueca de ira: aprieta el labio superior con los dientes de la mandíbula.) ¡Y la próxima vez que me obligues a proferir una horterada, juro por el siglo de mi madre,que te moleré a palos con este bastón! ¡Ahora yo te diré lo que verdaderamente pienso de las mujeres! Una vez me encontré a una señora que era cargada en una litera por sus esclavos, al verla dentro dije: ¡No es la jaula adecuada para esa fiera! En otra ocasión, vi a varias mujeres colgadas de un olivo, al contemplar la escena me dije: ¡Ojalá de todos los árboles del mundo colgara ese fruto!

LISANDRO: (Aparte y sobándose la cabeza.) Esto me gano por pedirle consejos de amor a un misógino. (Ve hacia un extremo del escenario) Pero, ¿quién es ese par que viene por ahí? ¡Son mis esclavos, Miceneo y Pánfilo! ¿Vendrán con algún recado de parte de mi señor padre? ¡Averigüémoslo!

(Entran MICENEO y PÁNFILO.)

MICENEO: (Acercándose para intimidar a LISANDRO.) ¡Lisandro! Tu padre te quiere fuera de sus asuntos y te ordena que te vayas de Cretinópolis durante las elecciones.

LISANDRO, sorprendido: ¿Pero por qué?

PÁNFILO: (Lo rodea por el flanco contrario.) ¡Porque vales verga, por eso!

DIÓGENES: (Aparte) ¡Jo! ¡Menudo lío en el que está el baturro ese! (señala a LISANDRO.)

LISANDRO: ¡Pero sí yo era su asesor de campaña!

PÁNFILO: Nos vale pito. El viejo te quiere lejos y, además, quiere que le traigas unos higos y dátiles de Baratariópolis.

LISANDRO: ¿Y por qué tienen que ser específicamente de ese lugar?

MICENEO: ¡Porque están más buenos los de allá!

LISANDRO: Eso sí. (Suspira) Pues bien…, iré a realizar el encargo. ¡Vamos, tenemos que irnos de aquí!

(MICENEO y PÁNFILO se ríen)

MICENEO: ¿Crees que nosotros te vamos a acompañar?

PÁNFILO: El viejo quiere que te vayas solo, sin nadie que te sirva.

LISANDRO: Ni hablar. Acompáñenme aunque sea al puerto.

MICENEO, molesto: ¡Espera! ¿Tan de buena gana te quieres ir?

LISANDRO: Es una orden de mi señor padre y la tengo que obedecer.

PÁNFILO: ¡No te hagas el listo con nosotros! ¡Tenemos una reputación que queremos mantener!

MICENEO: ¡Sí! ¡Tenemos nuestra reputación y queremos llevarte a rastras hasta el puerto mientras tú gritas y te quejas!

LISANDRO, resignado: Ni hablar… ¡Cómo gusten! (MICENEO y PÁNFILO lo toman de los brazos y lo arrastran por el escenario) ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Me llevan en contra de mi propia voluntad a hacer un recado! ¡Por Zeus, qué terrible castigo me impone mi padre! ¡Por favor, no permitan que me suban al trirreme! ¿Quién podrá ahora ayudarme? ¡Apiádense de mí! (Salen los esclavos con su amo.)

DIÓGENES: ¡Ja! ¡Menudo palurdo! ¡El pobre es sometido hasta por sus propios esclavos! ¡Qué vergüenza! (Tira su bastón y su lámpara y saca de su zurrón un aulos1 con el que empieza a soplar una música anárquica mientras bailotea.) ¡Qué tengas un buen viaje, gilipollas! ¡Ja! ¡Creo que iré a hacerme otra gayola en el ágora! (Sale del escenario en compañía de sus perros.)

Telón

1N. del A. O, en su defecto, dos flautas dulces de plástico marca Yamaha.

La amazona confusa (2/8)

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Escena segunda

El telón se corre lentamente mientras escuchamos una música tranquila, espiritual, relajada1. La iluminación es tenue e irá en aumento poco a poco. Cuando esté plenamente iluminado el escenario veremos la estación de vigilancia del faro. La estación en sí tiene más facha de quiosco que de otra cosa. No tiene ventanas el lugar, sino varios pilares que sostienen este piso, que es inmediatamente posterior a la gran cúpula donde debe estar la enorme llama que alumbra el puerto. En el centro, al fondo, podemos ver una escalera en espiral. Advierto al director que, a falta de evidencia arqueológica, tengo que forzar la imaginación. Todavía es de noche. En el centro, al frente del escenario, se encuentra el diván en donde está acostada CAMILA, quien descansa con mucha despreocupación. Su pose tiene algo de sugerente coquetería. Muy cerca de ella se encuentra la lira. A su derecha, e hincado a sus pies, se encuentra LISANDRO, quien además la está deificando. Hay una especie de biombo a la extrema izquierda (más tarde nos enteraremos que, adentro de este, hay sacos de harina y un arco) y, al fondo de la extrema derecha, un escritorio con varios papiros escritos en un griego confuso, y junto a este, una clepsidra. Aparece AQUILES, para sorpresa de todos un poco más sobrio, y, al ver la herejía de LISANDRO, le da un golpe en la nuca.

LISANDRO, aún hincado: ¡Auch!

AQUILES, furioso: ¿Se puede saber por qué te estás humillando ante una mozuela de origen incierto, Lisandro?

LISANDRO, de pie y un poco incrédulo: ¡Es que semejante beldad no puede ser de esta tierra! ¡Debe ser Afrodita vuelta a nacer de la espuma del mar! ¡Una reencarnación de Helena de Troya! ¡La más hermosa de las nereidas!

AQUILES: O también puede ser una meretriz huyendo de un lupanar.

LISANDRO: Imposible por la calidad de su vestido.

AQUILES: ¡Hombre, si vieras las sorpresas que me he llevado en la vida! ¡Esas, que parecen de buena familia, son las que mejor saben disfrazar su oficio! ¡Saben tan bien engatusar al prójimo que, muchas veces, resulta que ni eran doncellas; ni eran honestas; ni, en muchos casos, eran mujeres!

LISANDRO: ¿Cómo?

AQUILES: Como oíste. Y siendo yo tu único amigo y confidente, te sugiero que aproveches la oportunidad que te ofrecen los dioses ahorita que la moza está dormida. ¡Así no se quejará del tamaño de tu… instrumento o de lo poco artero que debes ser en los misterios de Afrodita!

LISANDRO: Tu concepto del amor es reprobable. ¡Yo no podría profanar a esta diosa humana!

AQUILES, impaciente: ¿Aquí quién habló de amor? ¡Eso es pasatiempo para gente desocupada: imbéciles que se empeñan en convertir el placer en un suplicio!

LISANDRO: Pero es que cuando tuve de frente a esta misteriosa doncella; pues me niego a creer que sea otra cosa, y aunque no lo fuera, yo porfiaría que al menos para mí lo es; sentí la extraña sensación de que la conocía sin haberla visto nunca, que la quería desde antes de que los dioses crearan el cielo y la tierra, y que toda la hermosura del mundo se había conjugando en un sólo ser.

AQUILES, tocándole la frente: ¿Pescaste una fiebre? ¿Comiste hongos alucinógenos? ¿Acaso te golpeaste la cabeza? ¿De verdad crees lo que dices?

LISANDRO, emocionado: ¡Es que acaso no lo ves, amigo Aquiles! ¡La dolencia que yo tengo es amor! ¡Estoy enamorado! (Ríe y lo abraza.)

AQUILES: Bueno, está bien, pero desquitate con ella, no conmigo (Lo aparta). Antes que nada, no debemos olvidar que, además de la seguridad de la náufraga, tendrás que rendir cuentas por el accidente del barco.

LISANDRO: Sabes muy bien que yo no tengo la culpa. O la nave iba a la deriva, o la doncella no sabía navegar.

AQUILES: Eso tendrás que explicárselo a los magistrados. Por el momento, iré a revisar si no quedó algún resto de valor del naufragio. Tú cuida a la chica y, cuando despierte, intenta averiguar por qué se estrelló contra el arrecife.

LISANDRO: Entendido.

AQUILES: (Aparte.) ¡Uf! Con lo que odio subir y bajar escaleras (Sale).

LISANDRO, ve con infinito deseo y ternura a CAMILA. Se talla los ojos, intenta contenerse y, antes de monologar, suspira: ¡Oh! ¿Por qué de improviso me invaden tan contradictorios sentimientos? Verla acostada de esa forma me inspira a adorarla y a protegerla como el objeto de veneración en el que ella se ha convertido, pero también me incita el culposo deseo de gozarla. ¡Madre mía, que estás en el inframundo, socorre a tu hijo! ¡Que siento que me estoy partiendo en dos! ¡Ay! Que aunque uní mi boca con la suya con el único propósito de darle los primeros auxilios, ahora, en mi memoria, lo recuerdo como el más ardiente beso. ¡Si bien ella sólo me vio de frente en un fraudulento segundo, juraría que el amor nació en mí al ver su mirada! Mantengo mi distancia pues, pese a mi pusilanimidad, no soy tan distinto a los demás hombres (Se lleva las manos a la cara.) Sin embargo… (Se descubre el rostro y ve a CAMILA con lascivia.) Supongo que si me acerco un poco más a ella, sólo para admirarla, no cometeré ninguna ofensa (Se acerca a ella dando unos pasos histéricos. CAMILA, por otra parte, comienza a roncar ruidosamente.) ¡Por Zeus y todos los dioses del Olimpo, una vida no me bastaría para verla! (mientras más aumentan los ronquidos de CAMILA, LISANDRO se agacha para acercar su rostro con el de ella de forma muy impertinente. Justo cuando sus rostros están demasiado cerca, CAMILA despierta de forma abrupta.)

CAMILA, eufórica y retrocediendo en el diván: ¡Ahhh!

LISANDRO, asustado y cayendo de espaladas: ¡Ahhh!

CAMILA, haciéndose un ovillo en el diván: ¡Ahhh!

LISANDRO, retrocediendo en el piso: ¡Ahhh!

CAMILA, aprehensiva y engolando la voz: ¡Apártate, inmundo bárbaro, si tu intención es deshonrar a la gran Camila! ¡Princesa de las amazonas!

LISANDRO, hincando los hinojos y humillándose: ¡Su Majestad! ¡Señora mía! ¡No soy ningún bárbaro! ¡Soy un ciudadano libre y noble de una humilde polis griega y mi nombre es Lisandro!

CAMILA, furiosa: (Busca en su cintillo alguna arma blanca, al no hallarla, lo amenaza con la lira.): ¿Entonces qué carajos hago secuestrada en… (Mira para todos lados.) esta torre? ¿Eh? (LISANDRO se pone de pie mientras CAMILA blande la lira y la apoya en el pecho de LISANDRO.) ¡Responde!

LISANDRO, nervioso: ¿Acaso no lo recuerda su Alteza?

CAMILA, confusa: ¿Recordar qué, gusano?

LISANDRO: Que su nave se estrelló contra nuestro arrecife.

CAMILA, iracunda: ¡No sé de qué me hablas, escoria humana! ¡Sea como fuere, rendirás cuentas en el Hades en este mismo instante por tu infamia! (Intenta atravesarlo con la lira.) ¿Por qué no te puedo atravesar? ¿Qué tipo de daga es esta?

LISANDRO: Princesa Camila, esto no es ninguna arma: es una lira y sirve para hacer música (Se la retira amorosamente y tañe con ella unos acordes mayores.) ¿Ve?

CAMILA, premenstrual: ¡Sin daga o con ella, yo puedo matarte con las manos limpias! (Comienza a estrangularlo.)

LISANDRO, asfixiándose: ¡Si bien considero… un honor morir en sus manos! ¡Valdría la pena recordar que fui yo quien la salvó de ahogarse y la llevó sana y salva a la playa! (CAMILA detiene el ahorcamiento.)

CAMILA, dudosa: ¿Cómo? ¿Dijiste, acaso, “playa”? (Retrocede unos pocos pasos.)

LISANDRO, sobándose el cuello: (Aparte.) Qué extraño, si bien tiene una fuerza hombruna, su tacto es como la seda. (Para de sobarse y se dirige a ella.) En efecto, señora mía, dije “playa”, ¿qué tiene de raro eso?

CAMILA sufre un vahído y se sienta en el diván. LISANDRO se acerca, solícito, a ella. CAMILA eleva el mentón, que lo tiene pronunciado y precioso, y pone una de sus manos en la frente mientras cierra los ojos. Su pose tiene algo de indisimulada coquetería.

CAMILA, amnésica: ¡Oh, por Deméter! ¡Creo que comienzo a recordarlo!

LISANDRO: Haga memoria, Su Alteza, ¿en qué puerto se embarcó?

CAMILA: ¡Yo no quise embarcarme en ningún barco, idiota! ¡Yo estaba en la playa, juntando conchas marinas para fabricarle un collar a mi señora madre, la reina, cuando una nave de piratas bárbaros me secuestró!

LISANDRO: ¡Por Zeus, qué infamia!

CAMILA, colérica: ¡No nombres ante mí a tu dios heteropatriarcal sino quieres que te parta el pescuezo!

LISANDRO: Bueno…, este…, ¡Por Hera!

CAMILA: ¡Eso está mucho mejor!

LISANDRO: ¿Pero qué paso cuando la secuestraron los piratas?

CAMILA: ¡Que me ataron al palo mayor para intentar deshonrarme! (LISANDRO se toca el cuello de su toga con evidente incomodidad.) ¡Pero yo me encomendé al divino arbitrio de la poderosa Artemisa! Y, mientras recitaba mis plegarias, escuché que los bárbaros no podían ponerse de acuerdo sobre quién me violaría primero. El capitán fue el primero en decir que “¡Yo gozaré a la mujer hermosa!” pero su contramaestre lo atravesó con un sable y dijo: “No, ¡yo seré el primero en gozarla”. Luego un comodoro le reventó los sesos y afirmó lo mismo, hasta que un primer oficial lo empaló con un tridente, y este fue asesinado por otro oficial de menor grado, y así se fueron matando unos a otros, por mi culpa, hasta que sólo quedó el grumete…

LISANDRO: (Aparte.) Vaya, ni por Helena de Troya murieron tantos hombres.

CAMILA: … el grumete creyó que ya me tenía en sus garras. Pero no contó con que yo había aprovechado la confusión para liberarme de mis amarras y, de un certero puntapié en la entrepierna, lo mandé al mar para que se convirtiera en el alimento de los tiburones. Quedándome, entonces, sola en el barco. Y, como no sabía pilotarlo, me encomendé al arbitrio de las diosas y navegué sin rumbo fijo por varios días.

LISANDRO: ¿Y qué hizo en todo ese tiempo que estuvo en la deriva?

CAMILA: (Se pone una mano en el regazo y otra en el pecho.) Pues… Me adornaba con las joyas que habían robado los piratas, comía de las abundantes provisiones, y, como también sobraba bebida, realizaba orgías solitarias en la noche y, la mayor parte de las tardes, me acostaba en la cubierta del navío, desnuda, para broncearme. ¡Fue muy divertido mientras duró! (Hace aspavientos exagerados.) Pero en las noches, cuando la tres veces hermosa se posaba en el cenit del cielo junto a todas las constelaciones, comenzaba a extrañar a mi madre y a mis hermanas amazonas. ¡Quiero regresar a mi isla! ¡Quiero a mi mamá! (Comienza a chillar encima del pecho de LISANDRO.)

LISANDRO: ¿Tanto extrañas tu reino?

CAMILA, aún lacrimógena: ¡Sí! Aunque no conozco otro lugar en el mundo, sé muy bien que estaré segura de cualquier macho opresor en la paradisíaca isla amazónica.

LISANDRO, incrédulo: ¿De verdad nunca ha entrado ahí ningún varón? (CAMILA niega con la cabeza) ¿Entonces como se reproducen?

CAMILA: Muchas de nuestras hermanas llegan a nuestra isla huyendo de la esclavitud.

LISANDRO: ¿Entonces la isla es un refugio para las esclavas de todas las polis?

CAMILA: Yo hablaba de la esclavitud del matrimonio, la maternidad y el hogar. Que en la isla también existen clases; yo, por ejemplo, tengo esclavas que me sirven y consienten. Aunque también es cierto que muchas de mis hermanas nacieron en la isla. Verás, de vez en cuando logramos raptar a algún hombre y, antes de sacrificarlo, éste insemina a las mujeres más hermosas y honorables del reino.

LISANDRO: ¿Y si nace un varón en la isla?

CAMILA: ¡Pues muy fácil! ¡Lo abortamos!

LISANDRO, sorprendido: ¿Lo abortan?

CAMILA: Así le decimos al sacrificio ritual de niños. Hubo un tiempo en que sólo los castrábamos y los teníamos de sirvientes, pero nuestros esclavos eunucos terminaban suicidándose. ¡No soportaban los machirulos que una mujer les mandara!

LISANDRO: (Aparte.) ¡Quién no se mataría en esa situación! ¡Sería como estar en un suculento banquete con la lengua amputada! (A CAMILA.) Entonces… ¿nunca conociste a tu padre?

CAMILA, emocionada de improviso: ¡Mi padre! ¡Mi madre me contó que era el noble ateniense más hermoso que había existido! ¡Fue a la isla, conociendo sus peligros, para corroborar si mi madre era tan guapa como decían! ¡Aún conserva su retrato! ¡Si algún día me llego a unir sexualmente con un varón, que al menos sea alguien con la gallardía y apostura de mi querido padre! ¡Mi madre se lo comió en el tálamo, antes de comérselo literalmente después de concebirme! (Súbitamente triste.) ¡Mamá! ¡Quiero regresar a casa! (Vuelve a soltarse a llorar en el pecho de LISANDRO.)

LISANDRO: (Con evidente nerviosismo al tenerla tan cerca y apapachándola.) Ya…, ya…, algo se me ocurrirá para devolverte a tu querido hogar.

CAMILA, súbitamente alegre: ¡De verdad podrías devolverme a mi hogar! (Se suena la nariz en la toga de LISANDRO.) ¿Me lo juras?

LISANDRO: (Se pone de pie, solemne.) Lo juro…, por la memoria de mi madre muerta.

CAMILA: (Aplaude de forma infantil, grita de júbilo y también se pone de pie.) ¡Yay! ¡Siempre me dijeron que desconfiara de los hombres! ¡Que era mejor que no me topara con ninguno y que me guardara, para siempre, como sacerdotisa! Pero ahora veo que no son tan malos. De hecho, nunca antes había estado tanto tiempo con uno y me quedé con curiosidad por saber cómo eran sin la toga puesta. Oye, ¿que te parecería si echo una ojeada por la tuya? (Se agacha y toma uno de los pliegues del faldón de LISANDRO e intenta alzárselo.)

LISANDRO: (Apartándola.) ¡Ey! ¡Pídemelo con cortesía! ¿Ni siquiera piensas invitarme una copa, cuzca?

CAMILA: (Ríe.) ¡Eres muy gracioso…!, tú…, este… ¿Me repites tu nombre?

LISANDRO: (Haciendo una ridícula genuflexión.) Lisandro de Cretinópolis, hijo de Estrabón el estratego.

CAMILA: Oye… (Tocándose los pliegues de su toga y parpadeando.) ¿Y crees que soy bonita?

LISANDRO: (Desviando la vista y muy sobresaltado.) ¿¡Qué si creo que eres bonita!? Bueno, sin faltar a la verdad, las mujeres y los mancebos más hermosos de esta polis no te llegan ni a los talones. (Aparte.) Aunque eso, por desgracia, no es mucho decir. (Volviéndose a dirigir a ella.) Bueno, eres tan hermosa, que creí que eras una representación en vivo de la diosa Afrodita.

CAMILA: ¿De verdad? ¡Eh! ¡Viva yo! ¡Siempre me sentí menos que mi madre y mis hermanas! Oye, ¿podrías volver a tocar tu cosa esa que hacía un ruido muy chistoso?

LISANDRO: ¿Te refieres a mi lira? Bueno…, nunca he tenido público, pero si tomas asiento, te puedo interpretar una canción muy tradicional y muy griega que tenemos aquí. (CAMILA vuelve a sentarse en el diván y mira con ternura a su acompañante. LISANDRO toca y canta los primeros compases de “La gloria eres tú” de José Antonio Méndez.) Eres mi bien, lo que me tiene extasiado, porque negar que estoy de ti enamorado…

AQUILES, fuera del escenario y gritando muy fuerte: ¡Lisaaaaaandro!

LISANDRO, molesto y de pie: (Aparte.) ¡Vaya! ¡Esto sí que es una oportuna intromisión!

CAMILA, alterada como una bestia y también de pie: ¿Quién viene? ¡Si no cumples con tu palabra (Lo señala.) juro que…!

LISANDRO: No te preocupes, es mi amigo Aquiles y él nos ayudará a que regreses a tu isla. (Se escuchan pasos y jadeos de alguien que sube muchas escaleras.)

AQUILES, fuera del escenario: ¡Puf, si sigo subiendo y bajando escaleras me va a dar un soponcio! ¿Qué es esto? ¿Acaso el suplicio de Sísifo? (CAMILA no deja de señalar a LISANDRO y su lenguaje corporal denota hostilidad. LISANDRO hace ademanes de que por favor se tranquilice.)

Entra AQUILES con los brazos y el cuello llenos de joyas.

AQUILES: ¡Lisandro! ¡Güey! ¡Somos ricos! ¡Las olas han arrastrado hasta la playa varios de los tesoros que había en el barco! (Sorprendido al ver a CAMILA de pie y dirigiéndose a LISANDRO.) ¿Y qué sabes de la chica? ¡No me digas que todo este oro le pertenece!

LISANDRO: (A AQUILES.) Tranquilo, amigo, ella estaba prisionera en ese barco pirata. Su nombre es Camila y es la princesa de las amazonas.

AQUILES: ¿Estás seguro de ello? Porque podríamos cobrar un buen rescate por ella.

LISANDRO: ¡No podemos hacer eso! Ella extraña a su madre y yo, que no tengo, entiendo su dolor y pienso devolverla a su hogar.

AQUILES: ¡Ya me consta que tú no tienes madre! ¡Tienes a un cuerazo de vieja, que podrías hacer tu esclava, y en lo primero que piensas es en regresarla de donde vino! ¡No seas zopenco! Ni hablar, no tienes remedio ¿Y cómo es que piensas devolverla a su casa, so pedazo de idiota?

LISANDRO, preocupado y dando vueltas por el escenario: La Isla de las Amazonas no está muy lejos de aquí… Tal vez si rentamos un trirreme o tomamos prestada una balsa…

CAMILA, enojada y ofendida: ¡No sé de qué tanto chismorrean! ¡Pero, si no me incluyen en su plática, iré ahí mismo a partirles el hocico!

AQUILES, sorprendido: ¡Pasumecha! ¡Menuda fierecilla te tocó, carnal! (Toquetea con el codo a LISANDRO.)

LISANDRO: (A AQUILES.) ¡No es el momento de hacerte el payaso! ¡Dirígete a ella con la debida cortesía, pues es una princesa, en lo que dilucidamos qué hacer!

AQUILES: (A CAMILA y haciendo una reverencia muy exagerada.) ¡Encantado de conocer a Su Pomposidad, quise decir, a su Majestad! ¡Mi nombre es Aquiles, el libertino, y en las artes de Pan y Baco nadie me iguala! ¡Y desde aquí beso los pies de su Bajeza, quiero decir, Alteza!

CAMILA: Noto cierta ironía en sus palabras.

AQUILES, aún con la vista baja: Es que aquí somos una república democrática y no estamos acostumbrados a las maneras de la monarquía.

(CAMILA le da un golpe en la cabeza con el puño a AQUILES, como si fuera un martillazo, dejando tumbado en el suelo a éste.)

CAMILA: No toleraré ninguna insolencia y menos de un hombre, ¿entendido? (Pone un pie encima de la espalda de AQUILES y éste suelta un quejido.)

AQUILES, todavía tumbado en el suelo y sobándose la cabeza: (Aparte.) ¡Así como la ven, tira golpes como patada de burro!

CAMILA, autoritaria: ¿Qué dijiste, escoria?

AQUILES: Que no me aburro de humillarme ante Su Majestad.

CAMILA: Así está mejor. (Y retira su pie. AQUILES se levanta.)

DEMÓSTENES, fuera del escenario: ¡Lisaaaaandro!

LISANDRO, preocupado: ¡Oh, no! ¡Por todos los dioses del Olimpo! ¡Ese debe ser Demóstenes, el magistrado! ¡Y ya debe estar enterado del incidente! ¡Si ve a Camila va a reclamarla como suya y se la llevará a su gineceo! ¡Tenemos que esconderla!

DEMÓSTENES, fuera del escenario: (Todos los que están en escena se muestran inquietos y ansiosos mientras grita.) ¡Lisandro! ¿Sabes tú algo de la nave que se estrelló? ¡Tu deber era avisarme cuanto antes cuando algo así ocurriera! ¡Iré en este mismo instante a hablar contigo! (Se escuchan los pasos de alguien subiendo muchos escalones.)

CAMILA: Esperen, ¿por qué no lo apuñalamos por la espalda? ¿O lo tiramos de esta misma torre?

LISANDRO: ¡Camila! ¡No todo lo podemos solucionar con la violencia!

AQUILES: ¡Por primera vez en mi vida estoy de acuerdo con algo que dice Lisandro!

CAMILA: ¡Me importa un rábano la investidura que tenga! ¡Si osa posar un dedo a mí, a la princesa de las amazonas, le reventaré la cabeza en mil pedazos! ¡Voto a Atenea si no lo hago!

Los pasos de DEMÓSTENES sufren una repentina pausa.

DEMÓSTENES, fuera del escenario y muy cansado: ¡Por Hermes, que ya no estoy para esos trotes! ¡Pero ahora sí me va a escuchar ese muchacho! (Reanuda la marcha.)

LISANDRO: ¡Ya no nos queda más tiempo! ¡Escondámosla, entonces, en ese biombo, que convenientemente está ahí puesto! ¡Rápido, que no tarda en llegar el magistrado!

DEMÓSTENES, fuera del escenario: ¿Qué son todos esos murmullos? En un momento ya llego para allá.

(LISANDRO pide con señas que guarden silencio y señala al biombo. AQUILES, pese a las protestas de CAMILA, la empuja hasta donde está el biombo. Entre ambos logran esconderla detrás de ese artilugio dramático. Entra DEMÓSTENES: es un estereotípico griego de mediana edad con porte de filósofo, lleva una gran barba y tiene cara de pocos amigos.)

DEMÓSTENES, aprehensivo: ¡Lisandro! ¿Se puede saber por qué esa nave chocó contra nuestro arrecife, y por qué no fui avisado de ese incidente y… (ve a AQUILES.) y… y también qué demonios hace tu amigote Aquiles aquí?

LISANDRO: Todas esas son preguntas muy pertinentes que tienen una respuesta muy lógica…

(Breve e incómodo mutis.)

DEMÓSTENES: ¡Pues dila, por Zeus!

LISANDRO, nervioso: Verá, señor, yo me encontraba vigilando la costa, cuando, cuando…

AQUILES: ¡La nave se estrelló!

DEMÓSTENES: ¡No estoy hablando contigo!

LISANDRO: ¡Pero exactamente eso pasó!

DEMÓSTENES: ¡Eso es más que evidente! Lo que quiero saber es por qué sucedió y por qué no fui informado! ¿Acaso no encendiste debidamente la llama del faro?

LISANDRO: Es lo primero que hago apenas llego aquí, ¿pero es que no la vio usted, cuando iba camino para acá?

DEMÓSTENES: (Se mece la barba.) ¡Cierto! ¡Si se veía desde mi casa! Pero…, pero…, ¿entonces por qué no corriste a avisarme como es debido?

LISANDRO: Salí del faro para buscarlo a usted, pero me encontré a mi amigo Aquiles, quien me sugirió que nos acercáramos a la playa por si había náufragos que rescatar.

DEMÓSTENES: No era tu responsabilidad, pero admito que era una medida prudente. ¿Y encontraron alguno?

LISANDRO: Eso es lo más insólito del asunto. Al parecer la nave estaba abandonada y a la deriva. Lo único que encontramos fue…, fueron…

AQUILES: ¡Muchos tesoros! (Extiende sus brazos para mostrar sus collares.)

DEMÓSTENES: ¿Y quién les dio autorización de apoderarse de ellos?

LISANDRO: Bueno…, nosotros…, yo…,

CAMILA, detrás del biombo suelta un estornudo muy agudo: ¡Achú!

DEMÓSTENES: ¿Qué fue eso?

LISANDRO: Creo que…

AQUILES: Fue una gaviota que se metió, ahorita la espanto. (Manotea hacia la nada.) ¡Sáquese de aquí!

DEMÓSTENES: Presiento que algo me están ocultando. ¿Puedo ver que hay dentro de ese biombo?

LISANDRO: ¿En el biombo? ¡Juro por Apolo que no hay nada ahí!

DEMÓSTENES: Es una orden, no te estoy pidiendo permiso.

LISANDRO: Estaría encantado de que revisara mi biombo, pero…, pero…, ¡es que está mi querida ahí!

DEMÓSTENES Y AQUILES, sorprendidos: ¿Tu querida?

LISANDRO, fingiendo vergüenza, que, de tenerla de verdad, sería bien poca: (Se lleva una mano al rostro) ¡Si descuide mis obligaciones por un instante fue porque estaba entretenido con ella!

DEMÓSTENES: ¡Me cuesta trabajo creer lo que dices! ¿Tú, pedazo de asno, te llevaste a una meretriz a tu trabajo? ¡Eso tengo que verlo! (Se dirige a donde está el biombo.)

LISANDRO, intenta detenerlo: ¡Señor…! ¡Yo…!

AQUILES: (Aparte.) ¡La que se va a armar!

De improviso, el biombo se cae y pone en evidencia algo harto peregrino: aparece CAMILA, con todo el cuerpo empolvado de harina, y con un arco tensado con el que parece apuntar a DEMÓSTENES. Como tiene algo de estatuaria su pose, realmente logra engañar al magistrado al hacerle creer que es una escultura. LISANDRO, al verla, de inmediato se arrodilla ante ella y comienza a adorarla.

LISANDRO: ¡Milagro de Zeus! ¡Mi querida se ha transformado en una virtuosa estatua de la Diana cazadora!

DEMÓSTENES: ¿Tanto misterio por una vil escultura? ¡Aunque debo admitir que es un espléndido ejemplar del arte estatuario! ¡Hasta parece tener vida! (Toca la flecha tensada con la evidente intención de tocar la piel que él cree que es mármol, inmediatamente lo intercepta AQUILES, quien se lo lleva a la otra esquina del escenario.)

AQUILES: ¡Muy bien, señor magistrado! ¿De cuánto va a ser esta vez?

DEMÓSTENES: ¿Qué me estás insinuando, Aquiles?

AQUILES: Mire, mi amigo estaba muy ocupado esculpiendo su estatua.

DEMÓSTENES: ¿Desde cuándo sabe tallar el mármol Lisandro?

AQUILES: Aprende rápido el chico. Pero lo que quiero saber es cómo nos vamos a arreglar.

DEMÓSTENES: ¿Se puede saber qué es lo que insinúas?

AQUILES: Yo sólo quiero ayudar a mi amigo, pues hizo su mejor trabajo como torrero, y el repentino accidente lo dejó un poco alterado. Mire… por qué no me saluda, aquí, discretamente, (Lo saluda con la mano llena de óbolos.) hace de tripitas corazón y olvida cualquier inconsciencia de parte de mi colega. No olvide que hay un barco, lleno de tesoros, estrellado a unos pocos codos de aquí, y que le vendrían bien tanto a usted como a toda Cretinópolis. Yo le sugiero que se haga de un buen botín y deje en paz a Lisandro. Esperen, ¿qué es eso que escucho? (AQUILES hace como que aguza el oído. Afuera se escucha un barullo de personas que se sienten atraídas por los tesoros que están encontrado en la playa.)

El POPULACHO, fuera del escenario y, de preferencia, que cada oración sea recitada por una voz distinta: ¿Pero que son todas esas cosas que brillan sobre la arena? ¡Oro! ¡Oro! ¡Con esto puedo pagar mi manumisión! ¡Tengo ahora suficiente dinero para acostarme con una cortesana diferente por un mes! ¡Ahora podré poner mi puesto de gyros de canasta, lleve lleve sus gyros! ¡Somos ricos, ea! ¿Alguien dijo gyros? ¡Te compro una docena de ellos! ¡Qué ricos somos y qué ricos son los gyros!

DEMÓSTENES, evidentemente incómodo: ¡Está bien! No entiendo el sentido de toda esta broma, pero la pasaré por alto sólo por esta ocasión. Si no fuera porque mi esposa me exige un nuevo mantón, juro por Heracles que los expondría en el ágora por majaderos. (Se marcha sin disimular su prisa.)

(Todos respiran aliviados.)

AQUILES: (Enjugándose el sudor.) ¿Y tú, mujer, cómo fue que conseguiste pintarte de blanco?

CAMILA: (Recuperando la movilidad.) ¡Encontré unos sacos de harina adentro del biombo!

AQUILES: ¿Harina? ¿Y para que querías harina en tu puesto de vigilancia, Lisandro?

LISANDRO: Es que a veces me daba hambre y me cocinaba unos panes con el fuego del faro. Me salían buenos.

AQUILES: ¿Y el arco y las flechas?

LISANDRO: Me los dieron por sí llegaba a necesitarlos para defenderme en caso de una invasión bárbara. Ya me estaba preguntando en dónde los tenía arrumbados.

CAMILA: Al ver esos dos objetos arrumbados, se me ocurrió disfrazarme de la deidad a la que más rindo devoción, que es la gran Artemisa. ¡A que soy lista!

AQUILES: (Aparte.) Je, je. Para lo que yo la quiero es más ingeniosa que el propio Aristóteles.

CAMILA: ¿Qué dijiste?

AQUILES: Quise decir que quizá debamos llamar a nuestro buen amigo Calístenes, el jonio. (AQUILES acentúa lo de jonio, por una razón que se verá a continuación)

LISANDRO: ¿A Calístenes? ¿Para qué lo queremos?

AQUILES: La estratagema de la señorita me dio una idea. Me explico. Si queremos devolver a Su Majestad a su isla, tendremos que disfrazarla de hombre para que pueda abordar una nave y, siendo Calístenes, el jonio, el mejor modisto de toda la polis, lo considero el sujeto idóneo para esta empresa.

LISANDRO: ¿Pero estará disponible a esta hora?

AQUILES: No te preocupes, anda sentida por que su último amante lo dejó.

LISANDRO: Entonces no perdamos un minuto más. ¡Ve por él!

AQUILES: (Aparte.) Ah, las cosas que hacemos por amistad. (A LISANDRO.) ¡A la orden, mi capitán! (Sale, pero da un traspié y, fuera del escenario, dice lo siguiente) ¡Ay! ¡Creo que di un mal paso, echen paja! (Se escuchan ruidos aparatosos, como de alguien rebotando sobre varios escalones.)

LISANDRO, preocupado: ¡Aquiles! ¿Estás bien?

AQUILES, fuera del escenario: ¡Sí, sólo me rompí el occipucio! ¡Regreso en un momentito! ¡Pórtense bien! ¿Eh?

(Una vez que se dan cuenta de que están solos. CAMILA y LISANDRO se muestran un tanto incómodos y no dejan de mirarse las sandalias un rato.)

LISANDRO, tímido: ¿Gustas…, sentarte y esperar?

CAMILA, inocente: Sí, claro.

(Se sienta cada uno en un extremo del diván, como guardando forzosamente la distancia. El ambiente parece estar cargado de tensión.)

LISANDRO, al mismo tiempo que CAMILA: ¿Tal vez sí…?

CAMILA, al mismo tiempo que LISANDRO: ¿No crees que…?

(Mutis. Desvían ambos la mirada. Vuelve a mirarse de frente.)

LISANDRO, al mismo tiempo que CAMILA: ¿Quieres un…?

CAMILA, al mismo tiempo que LISANDRO: ¿Podrías…?

(Mutis abrupto. Vuelven a desviar la mirada y, cuando se miran de frente, intentan otra vez conversar.)

LISANDRO y CAMILA: No sería mejor…

(Mutis. Una vez más vuelven a desviar la mirada.)

CAMILA, perdiendo la paciencia: ¡Habla tú primero!

LISANDRO: Yo sólo quería ofrecerte un vaso de agua, pero veo que algo te inquieta.

CAMILA: ¡Es que todo esto es tan confuso!

LISANDRO: ¿Por qué lo dices?

CAMILA: ¡Primero el vaso con agua! (LISANDRO toma con un vaso un poco del agua de la clepsidra y se lo da a CAMILA. Ésta la bebe con impaciencia y prosigue:) ¡Se me ha enseñado, desde la cuna, que desconfíe de los hombres! ¡Y tenían razón, pues unos bárbaros me tomaron prisionera! Pero ahora que estoy aquí…, contigo…, no sé qué pensar de ellos.

LISANDRO: ¿Acaso no confías en mí?

CAMILA: No debería.

LISANDRO, ve hacia una de las esquinas del escenario y señala: ¡Mira! ¡Apenas está despuntando la aurora!

(Sugerencia: si la persona encargada de la iluminación es capaz, que cree algún efecto para simular un arrebol.)

CAMILA, se pone de pie y mira hacia donde está apuntando LISANDRO: ¡Es verdad! ¡Qué hermoso! (Se inclina para verlo un poco mejor. Su pose es sugerente. LISANDRO lo nota, pero se contiene.)

LISANDRO, mirando en la dirección contraria a la que esta viendo CAMILA: Yo veré si ya vienen en camino mis amigos mientras tanto. Creo que van caminando por ahí, vaya que son rápidos, ya están aquí.

AQUILES, fuera del escenario: ¡Juro por Dionisio que será la última vez que suba estas chingadas escaleras!

CALÍSTENES, fuera del escenario, con una voz muy afeminada y amanerada: ¡No tenías que llevarme a un lugar tan apartado si querías un momento a solas conmigo!

AQUILES, fuera del escenario: ¿Qué? ¡Sube de una vez, maldito bastardo, si no quieres que te haga rodar por estas pinches escaleras!

CALÍSTENES, fuera del escenario: ¡Ay, ya! ¡No seas tan enojón!

(Entran AQUILES y CALÍSTENES. Este último es un joven amanerado, lleva los labios pintados y la toga, además de estar escotada, le llega hasta los muslos, no obstante, es buen mozo. En uno de sus brazos le cuelga una canastilla donde tiene sus chunches.)

LISANDRO: ¡Calístenes, qué bueno que llegas!

AQUILES: No es cualquier Calístenes. Es Calístenes…, ¡el jonio!

CALÍSTENES: ¡Hola, Lisandro! ¿Para quién dices que son mis servicios? (ve a CAMILA y se acerca a ella para admirarla.) ¡Pero quién es esta preciosidad! ¡Y qué vestido, por Perséfone! ¡Una prenda así no la tiene ni la dama más rica de Cretinópolis! ¿En serio vienes del mar, mana?

CAMILA, halagada por los comentarios de CALÍSTENES: ¡Este hombre me cae bien! ¿Será un eunuco?

AQUILES: Es… algo que se le parece.

CALÍSTENES: (A AQUILES) ¡Te pasas de veras! ¿Eh? (Mirando desde distintos ángulos a CAMILA) ¿Y exactamente qué quieren que confeccione para ella?

LISANDRO: Necesitamos que la disfraces de varón.

CALÍSTENES, ofendido: ¡Hacerla pasar por hombre! ¡A esta beldad! ¡Imposible! Sin mucho trabajo, y con todo respeto, podría pasar por hombre fácilmente a la lacedemonia de tu madrastra.

LISANDRO: No te preocupes, no me ofendo.

CALÍSTENES: ¡Pero esta criatura, que parece haber sido esculpida a semejanza de alguna diosa, jamás!

CAMILA: ¡Ay! ¡Cada vez me cae mejor este jonio!

CALÍSTENES: ¡Simplemente… (Negando con la cabeza y con el dedo índice.) nanay!

AQUILES: Tómalo como un reto, Calístenes. La señorita acaba de naufragar y, para devolverla a su casa, tiene que disfrazarse de hombre para poder abordar un trirreme.

CALÍSTENES: Esta bien…, veré qué puedo hacer…, pero necesitaremos un poco de privacidad… (A CAMILA.) A ver, manita, ayúdame a levantar este biombo. (Entre ambos lo levantan.) Y ustedes desvíen la vista mientras trabajo.

(CAMILA observa con desconcierto a LISANDRO.)

LISANDRO: No te preocupes, Camila, ese hombre no te hará ningún daño…, por obvias razones.

(CAMILA y CALÍSTENES se ocultan en el biombo. LISANDRO y AQUILES tratan de desviar la vista de ahí. Durante toda esta escena se verán muy incómodos e incapaces de disimularlo.)

CALÍSTENES: Bien, primero te quitaremos este hermoso vestido y te pondremos ropas más humildes y zafias.

CAMILA, con voz muy segura: Está bien. (y pone encima del biombo su vestido.)

AQUILES, sobándose la nuca y mirando el suelo: Y… ¿cómo viste los últimos juegos olímpicos?

LISANDRO, también sobándose la nuca y mirando el suelo: Bien…, supongo…, esa maratón fue más larga que ver crecer el pasto.

AQUILES: Sí, ¿verdad?

CALÍSTENES: ¡Pero mira que hermosa tetas tienes! ¡Qué envidia me das!

CAMILA: ¿No te parecen muy grandes? En mi reino nos amputamos el pecho diestro para poder maniobrar mejor el arco.

CALÍSTENES: ¡Por Perséfone! ¡Qué barbaridad! ¡Creo que son de buen tamaña! Tal vez no sea necesario quitarte uno, ¿puedo tocarlo para darte mi opinión?

CAMILA: Seguro.

LISANDRO, con la voz trémula: Y… ¿A cuánto están los higos en el mercado?

AQUILES, igual de patético: Pues…, este…, la última vez que pasé estaban a dos dracmas la docena.

LISANDRO: Ah…

(El biombo se va llenando de prendas anacrónicas como un sujetador, bragas y un par de medias)

CALÍSTENES: ¡Pero que firmes están! ¡Y el color de su aureola es maravilloso! ¡Sería un verdadero crimen amputarlo! Ahora tendrás que quitarte esas hermosas sandalias y ponerte las mías. Creo que calzamos del mismo número. A ver date la vuelta, ¡pero qué firmes nalgas! ¿Haces ejercicio?

CAMILA: Todos los días, pero mis hermanas me decían que ya las tenía así desde chiquita.

AQUILES, impaciente: ¿Vas a tardar mucho?

CALÍSTENES: ¡Lo hago lo más rápido que puedo!

(Tras unos breves segundos. Aparece CAMILA con ropas humildes y una barba postiza. Un disfraz que en un mundo normal no convencería a nadie.)

CALÍSTENES, festivo: ¡Ta, da! ¡Que les parece!

AQUILES: ¡No mames, Calístenes! ¡Qué es eso, por Zeus!

LISANDRO: Bueno, no tenemos mucho tiempo, ya salió el sol y el primer barco sale dentro de poco. Camila, ven, acércate, necesito explicarte el plan. (AQUILES se va a donde está CALÍSTENES. CAMILA se acerca a LISANDRO.) Mira, tienes que ir al puerto tu sola. Nosotros te vigilaremos desde aquí. Es menester que finjas una voz grave al capitán antes de abordar. Este te cobrará una tarifa y tu le darás este óbolo. (se lo pone en la palma de la mano con dulzura.) Esperarás un poco luego de que ya hayan zarpado, y, cuando estés en cubierta, le preguntarás al capitán si desde ahí se ve la Isla de las Amazonas. Una vez que te diga que la isla ya es visible, te echarás un clavado al mar y te irás nadando hasta allá…, sabes nadar, ¿verdad?

CAMILA: Sí, es que cuando me estrellé, me quedé atarantada y ya no pude nadar, además, era de noche.

LISANDRO: Bien, pues…, eso sería todo por mi parte.

CAMILA: Gracias… (Se retira pero regresa para decirle una última cosa.) Lisandro…

LISANDRO: ¿Sí?

CAMILA: ¿Puedo hacer algo raro antes de irme?

LISANDRO, incrédulo: Puedes hacer lo que tú quieras (Cierra los ojos y para la trompa.)

CAMILA: (Se olfatea una axila.) Creo que no apesto. Bien. Adiós. (se va.)

UNA VOZ, fuera del escenario: ¡Súbale a su trírreme! ¡Ya se va! ¡Este va para Megara, Tebas, Esparta, Corinto, Olimpia, la Antlantida, Sicilia! ¡También pasa, no más de pasada, cerca de la Isla de las Amazonas! ¡Todavía tenemos lugares!

LISANDRO, se acerca a una esquina para ver: Ese es su barco… Se acerca al puerto, le da su óbolo al capitán, se sube. ¡Ya lo abordo! (CALÍSTENES y AQUILES se abrazan para celebrar y se apartan de inmediato. Luego CALÍSTENES se acerca para despedirse con su estilo amanerado.)

LISANDRO: Y ahora el trirreme se va y se pierde en el horizonte… (Súbitamente triste) Ya no lo puedo ver… ¿Qué es está tristeza que me carcome el pecho? ¿Por qué me siento tan miserable de repente? ¿La volveré a ver? ¿Regresará para saludarme algún día? ¿Pero qué acabo de hacer? ¡Que apenas caigo en la cuenta de que dejé al amor de mi vida marcharse! ¡Oh, por favor, no te vayas! (Llorando desconsoladamente) ¡Debí decirle que la quería! ¡Debí…! ¡Pero que hice! (se hinca para desgarrarse la toga) ¡Camilaaaaaaaaa! (AQUILES y CALÍSTENES se acercan para consolarlo)

Telón.

1N. del A. Se sugiere el tema Lathesis del videojuego Columns.

La amazona confusa (1/8)

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A la memoria de Armando Vega Gil.

Escena primera

Antes de que el telón se abra, se escucha un breve fragmento de una música épica y falsamente pagana1. Es una noche estrellada, con una enorme luna de plenilunio, que cae sobre el malecón de una polis griega. A la extrema derecha se encuentra un faro a semejanza del que alumbraba el puerto de Alejandría en la antigüedad, sólo que sin el tamaño y esplendor que tenía éste. En el fondo vemos, muy a lo lejos, un anfiteatro, una acrópolis, el ágora y varios edificios débilmente iluminados por sendas antorchas. Se escuchan los golpes de las olas sobre la playa como si fueran los jadeos de un amante anunciando su inminente clímax. Sale del faro un noble de veintitantos años, vestido con una toga, y de semblante agüitado. Está tocado por una corona de flores que le sienta ridícula. Es un tonto simpático y su nombre es LISANDRO. Antes de monologar, toca unas notas tristes con la lira que lleva en las manos2.

LISANDRO, patético: ¡Por Zeus! ¡Qué deprimente es el oficio de torrero! ¡Pensé que sería divertido encender, todas las noches, la enorme fogata y apoyarme en la baranda para dialogar con las estrellas, el mar y las gaviotas! Sin embargo…, ¡no hay nada de poético con quedarse despierto para otear, desde las alturas, el puerto en compañía de un mar iracundo, unas estrellas mudas y unas gaviotas que llenan de mierda mi puesto de vigilancia! ¡Aparte descubrí que tengo acrofobia! Con todo y que esta va a ser la última vez que cumpla con esta obligación, prefiero la soledad del faro que asistir a la celebración dionisíaca de esta noche. No sé. Últimamente no tengo ganas de nada, y desde que mi padre tiró a la borda toda su nobleza al casarse con una lacedemonia, presiento que el porvenir será igual de anodino y oscuro como el mar que tengo frente a mí. (Mirando hacia el público.) Esperen un momento… ¿Es acaso aquello que se ve en el horizonte una nave?, ¿a estas horas y en día de fiesta?, como sea, son tiempos de paz y parece ser una barco comerciante. No es mi problema. Yo cumplí con mi deber de mostrarle la luz. No obstante, escucho que alguien viene. (Se oye el desacompasado andar y los guturales ruidos de un transeúnte borracho.) ¡Vaya sorpresa! Si mi vista y mis oídos no me fallan, creo que se trata de mi libertino amigo Aquiles.

Entra en escena AQUILES: un hedonista de vientre abultado que lleva la toga mal puesta. Una de sus manos sostiene un cáliz del cual bebe sin disimulo. No para de tambalearse y de canturrear.

AQUILES, alegre y cantando el tema de “El Andariego” de Álvaro Carrillo: Yo que fui del amor… (Hipa.) ave de paso… Yo que fui mariposa (Hipa.) de mil flores… Hoy siento la nostalgia de tus brazos… (Vuelve a hipar, bebe un poco más y revisa el fondo de su copa. Al verla vacía la tira con despreocupación.) de aquellos tus ojazos, de aquellos tus sabores. (Ininteligible el último verso.)

LISANDRO, sorprendido: ¿Tan temprano terminó la libación, querido Aquiles?

AQUILES: ¡Lisandro! ¡Güey! ¿Qué carajos estás haciendo aquí, tan solo, en lugar de atender a la festividad en loor a nuestro dios como el hombre libre y noble que eres? (Lo último lo dice sin dejar de tocarlo con el dedo índice.)

LISANDRO: ¿Acaso olvidaste que hoy me tocaba vigilar el faro?

AQUILES, incrédulo: Ah. Si es cierto. ¿Y eso por qué?

LISANDRO: (Suspira.) Porque fracasé en lo demás…

AQUILES: ¿Y qué es lo demás?

LISANDRO: Fracasé en el servicio militar, en el gimnasio, como filósofo, cultivando nabos, ¡y hasta como actor trágico!

AQUILES: (Interrumpiéndolo.) ¡Ay! ¡A mí esas obras no me gustan! ¡Gentes acostándose con su madrecita santa! ¡Hijas insinuándoseles a su padre! ¡Deidades actuando de forma licenciosa! ¡Muertos en cada acto! ¡Por Zeus, qué fastidio!

LISANDRO: Y para mantenerme ocupado, mi padre sugirió que vigilara el faro. Dijo que era un trabajo fácil y que no requería de mucha capacitación.

AQUILES: ¿Y qué tal te va? ¿Has visto alguna sirenita?

LISANDRO: Creí ver, en la lejanía, a una, pero resultó ser un pescador abusando de un delfín encima de su balsa… O más bien creo que, en realidad, era el delfín el que quería propasarse. Da igual. Desde mi puesto de vigilancia se pueden ver muchas cosas, todas ellas desagradables.

AQUILES: ¿Y no se te ha ocurrido, de casualidad, invitar a una amiguita al faro?

LISANDRO: ¿Qué estás insinuando?

AQUILES: O a un amiguito o esclavito tuyo, si esos son tus gustos.

LISANDRO: Puedo hacer este trabajo solo. Pero si tú quieres entrar, puedo mostrarte mi…

AQUILES, ofendido: ¡No, no, no! (Tambaleándose y negando con el dedo.) ¡Yo a eso sí no le entro! ¡Por eso me fui de la celebración temprano! ¡Todo estuvo bastante bien, con mucha bebida y mujeres, hasta que comenzaron con sus joterías! Fue ahí cuando les dije: Yo… Aquiles…, ¡aquí les dejo yo! (Haciendo aspavientos.) Y huí como si fuera una ninfa a punto de ser violada por un sátiro. (Recuperando brevemente la sobriedad.) Ah, caray. Ahora que lo pienso… eso no estuvo tan lejos de la realidad.

LISANDRO: Esa vida de libertino que tienes te llevará un día a la locura, amigo Aquiles.

AQUILES: (Riéndose.) ¡La envidia te carcome, mi buen Lisandro! Hoy, bajita la mano, sobajé a diez esclavas. ¡Si vieras lo tiernitas que estaban las condenadas!

LISANDRO, con evidente reprobación: Eres un hombre increíble.

AQUILES, aún borracho, pero hablando con solemnidad y coherencia: Sólo ejerzo mi voluntad sobre los que están debajo de mí, como el hombre libre que soy. Si esas cabronas estuvieran encima de mí, y no estoy hablando en el sentido sexual, me molerían a palos y no dudarían en obligarme a rendir cuentas hasta por lo que no hice. Gracias a la voluntad de los dioses gozo de una situación despreocupado y hago cuanto puedo y mucho más. De hecho, como que aún tengo ganas de cenarme un lechoncito. Ven, acompañame, oh vestal Lisandro, a que conozcas un lugar en donde las citaristas, todas ellas versadas en las artes de afrodita, tañen sus instrumentos a la luz de la luna sin otra vestimenta que las gargantillas que adornan sus cuellos. Doy fe que un entretenimiento así no te decepcionará.

LISANDRO: Aunque me atrajera tu cuestionable idea sobre lo que es el esparcimiento, estaría igual de decidido a rechazarlo, pues tengo que regresar a mi ocupación. Hoy es la última noche que estoy de encargado del faro y quiero, al menos, cumplir con esta obligación sin demasiadas recriminaciones. Te doy mi más sincero vale, querido amigo, y que los dioses te lleven a buen puerto.

AQUILES, viendo hacia el público y súbitamente alarmado: Amigo Lisandro, o he bebido demasiado (Hipa.), o esa nave se está acercando demasiado al arrecife.

LISANDRO, aguza la vista y se alarma: Es verdad, pero…, ¿es que acaso el piloto no ve la luz de nuestra torre?

AQUILES, tocándole el hombro: ¿Estás seguro de que la encendiste como es debido?

LISANDRO, ofendido: ¡Tan seguro como que las parcas que deciden los hados de los mortales son tres! ¡El clima está despejado! ¡La luz del faro debe verse como a dos estadios de distancia!

AQUILES, incrédulo: Yo creo que como a menos…; como a cinco.

LISANDRO, perdiendo la compostura: ¡El piloto de aquella nao debe estar dormido o borracho! Para colmo, ha elegido la peor noche para navegar con tanta irresponsabilidad. Con nuestros mejores marinos llenos del ímpetu dionisíaco, dudo mucho que sean de ayuda ante esta contingencia.

AQUILES: ¡Bueno fuera que sólo tuvieran vino corriendo sobre sus venas! ¡Podría apostar que ahorita se están midiendo la verga… de sus respectivos trirremes, no seamos mal pensados!

LISANDRO: ¿Y tú de cuántos codos crees que sea esa?

AQUILES, ofendido: ¿Crees que yo se las he visto?

LISANDRO, enojado: ¡Hablo de ese barco (Señala hacia el público.), Aquiles!

AQUILES: ¡Uta! ¡De ese menos!

LISANDRO: (tirando su corona irritado): ¡Bueno, ya! ¡Tenemos que avisarles a las autoridades de esta inminente colisión! ¡Ve al templo y avísales que necesitamos ayuda!

AQUILES: ¡Nombre! ¡Si me les aparezco ahorita y ven esta irresistible figura apolínea (Se toca la cintura de forma afeminada.), de ahí voy a salir peor que un adolescente en un banquete de filósofos! ¡Prefiero antes el ostracismo a que me dilaten la puerta falsa!

LISANDRO, desesperado: ¿Entonces qué hacemos?

CAMILA, fuera del escenario: (Atemorizada y con una seductora voz de mezzo.) ¡Auxilio! ¡Qué alguien socorra esta nave desbocada!

LISANDRO, preocupado: ¿Escuchaste eso? ¡Alguien está pidiendo nuestra ayuda!

AQUILES, alarmado: ¡Parece que esa nave sólo tiene un tripulante y que se ha dejado llevar por la deriva!

LISANDRO: ¡Por Poseidón! ¡Cuánta insensatez!

AQUILES: ¡Esto ya no tiene remedio! ¡El barco se va a estrellar contra el arrecife!

CAMILA, fuera del escenario y eufórica: ¡Ahhhhhhhhhh!

Escuchamos que algo logró sumergirse en el mar. También oímos el súbito derrape de un automóvil que luego se estrella aparatosamente contra algo a todo volumen. En el escenario vemos el rin de un neumático rodando. AQUILES y LISANDRO ven el espectáculo con estupefacción.

AQUILES: ¡Cuándo entenderá la gente! ¡Si bebe, no maneje!

CAMILA, fuera del escenario, furiosa y ahogándose: ¡Por la gran Artemisa, Cíbeles y Atenea, gulp! ¿Qué nadie va a venir a rescatarme, gulp, con un carajo?

LISANDRO: Parece ser que el tripulante logró agarrarse a un tablón. Sostenme esto (le pasa su lira a AQUILES). Iré a rescatarlo. (Salta fuera del escenario.)

AQUILES, preocupado: ¡Lisandro! ¡Por todos los dioses del Olimpo! ¿Acaso perdiste el seso? ¡Tú no sabes nadar! (Breve mutis dramático, luego AQUILES se sobresalta.) ¡Ay caramba! ¡Esto sólo puede ser obra de un sueño! ¡Lisandro ha logrado llevar hasta la playa al náufrago! ¿Pero qué veo? ¿Le está dando respiración boca a boca? ¡Bueno, no importa! ¡A rescatado una vida que iba directo al Tártaro! ¡Ese es mi muchacho! ¡Viva Grecia, cabrones! (Emocionado, toca una fanfarria en la lira.) Esperen…, ya viene para acá. ¡Por Hermes! ¿Qué es lo que llevas en los brazos, Lisandro?

Aparece LISANDRO sosteniendo en sus brazos a CAMILA, quien ha perdido el conocimiento. Ambos están húmedos. CAMILA es una muchacha de quince años y poseedora de una belleza superlativa. Viste una muy ceñida toga púrpura (o de algún otro color llamativo) y, por lo emperifollada que va, deducimos que es una muy principal doncella.

LISANDRO: A una náufraga doncella que perdió el conocimiento apenas le di los primeros auxilios cuando tocamos tierra firme.

AQUILES: ¡No la culpo! ¡Yo también hubiera perdido el conocimiento al ver tu jeta cerca de la mía! ¿Pero cómo aprendiste a nadar tan al momento?

LISANDRO: Supongo que no hay mejor maestra que la naturaleza. Pero tenemos que poner en un lugar seguro a la doncella. Rápido, acompáñame a acostarla en el diván que tengo en mi puesto de vigilancia.

(CAMILA, adormilada, se queja y ladea ligeramente la cabeza.)

AQUILES: ¿Tienes un diván ahí adentro? ¡No debiste pasar un mal rato en tu trabajo entonces!

LISANDRO: No es momento para bromear. Tenemos que dejar que la doncella repose antes de deliberar qué es lo que debemos hacer con ella. (Entra al faro, con CAMILA, y salen del escenario.)

AQUILES, a sí mismo: ¡Hijo de la chingada! ¡Esta vez sí te rayaste, cabrón! ¡En tan breve tiempo no sólo le has dado un beso a esa vieja, sino que la tienes, literalmente, rendida en tus brazos! ¡Ya sólo quedaría un paso para… (Hace ademanes soeces de fornicario.)! ¡Me cae que Ovidio, con su Ars Amandi, te la pela! (Entra al faro y también sale de la acción),

Aparece el dios EROS en compañía del CORO. EROS es un muchacho enclenque a quien la toga le queda demasiado holgada. Es tan flaco que le vemos las costillas. Tiene las alas en la espalda y de uno de sus hombros le cuelga su aljaba y del otro su arco. Lleva gafas oscuras y un miembro del coro le sirve como lazarillo. Éste lo guía hacia el centro del escenario, pero EROS termina dándole la espalda al público.

EROS: ¡Una vez más, yo, Eros… ! (Un miembro del coro lo interrumpe y ayuda a EROS a darse la vuelta para que éste esté de frente al público. Carraspea antes de proseguir.) Como iba diciendo… ¡Una vez más, yo, Eros, dios del amor, he logrado someter a otro zafio mortal con una de mis flechas doradas!

CORO: ¡Eros lo ha hecho de nuevo y ha condenado a otro pobre diablo a una vida de miseria y sufrimiento! ¡Grande entre los grandes es Eros! ¡Responsable de los hijos no deseados, las denuncias de acoso sexual, la aplicación Tinder, el adulterio, las canciones de Mon Laferte y de inspirar a dramaturgos mediocres! ¡Salve el invicto Eros!

Pese a todo, EROS se muestra satisfecho de su coro y, como está detrás de él, y con mucha complacencia, lo señala con su dedo pulgar.

EROS: Nada en este universo sucede sin la intervención de los dioses y yo, Eros, por fin he logrado darle a un objetivo que se me había escapado varias veces.

CORO: ¡Nada escapa de la certera puntería de Eros! ¡Quien yerra nueve de diez tiros! ¡No le da ni al culo de Paquita la del barrio! ¡Está más ciego que Homero, que un puberto en la edad de la punzada o que un delantero de la selección en octavos de final! ¡Y en los videojuegos en línea le gritan “manco”! ¡Grandioso es el tino del gran Eros!

EROS: (Tristísimo.) No, fatal, ¿eh?, está vez si se pasaron. (Recuperando la compostura.) Como sea. Reacio estuvo a someterse a los designios de mi madre Afrodita ese Lisandro, no tanto porque el amor le fuera indiferente, sino porque su distraída desenvoltura impedía, involuntariamente, que una de mis flechas lo atravesara. En una ocasión, (saca una de sus flechas de su aljaba, tensa su arco y apunta de forma peligrosa hacia el público.) Lisandro caminaba por la calle, y yo ya tenía preparada una de mis flechas…

CORO, interrumpiendo: ¡Cuidado, Eros, que no queremos que ahora causes más desgracias!

EROS: (Molesto.) ¿Van a contar la historia ustedes o yo? En fin, yo ya tenía mi arco tensado, (Vuelve a tensar la flecha, pero un integrante del coro lo voltea un poco para que no ocurra un accidente que afecte al público.) cuando al insolente se le ocurrió recoger un higo que estaba en el suelo justo cuando ya había disparado (Dispara una flecha con desgana, dando a entender que es muy mal tirador). El proyectil impactó directo con una vasija, rebotó sobre el culo de una estatua de piedra y atravesó a un par de amigos borrachos que caminaban agarrados de los hombros. Lo demás ya se lo podrán imaginar ustedes. Pero en esta noche pude ver mi oportunidad.

CORO: ¿Eros puede ver? ¡Gloria a Zeus por regresarle el don de la vista!

EROS: Bueno, no es exactamente ver. Cómo les diré… ¿Alguno de ustedes vio la película de Daredevil?

(El CORO murmura con desconcierto.)

EROS: ¡Da igual…! Usé, entonces, mi sexto sentido fusionado con mi cosmos, y disparé, seguro de mi victoria, justo cuando Lisandro le dio respiración boca a boca a la hermosa náufraga. El escenario era perfecto: la playa, la noche de luna llena y una doncella que regurgitaba toda la agua salada que tragó. Una vez que echó pa’ fuera todo, ella lo vio intensamente a los ojos antes de perder el conocimiento. ¡Eso fue suficiente para que Lisandro se quedara prendado de la misteriosa dama!

CORO: ¡Celebremos que Eros pudo, por fin, darle a algo!

EROS: ¡Y celebremos el nacimiento del amor que verán ustedes en la siguiente escena! (EL CORO y EROS salen del escenario.)

Telón

1N. del A. Se sugiere el tema I’ll be back que es una composición para el videojuego Altered Beast.

2N. del A. O en su defecto un ukelele. La obra no pretende ser una recreación verosímil de la antigüedad como ulteriormente se verá.